Domingo 13 de diciembre de 1942

Querida Kitty:
Estoy cómodamente instalada en la oficina del frente, y puedo mirar hacia afuera por la rendija de la espesa cortina. Aunque ya está anocheciendo, tengo todavía bastante luz para escribirte. Resulta extraño ver pasar a la gente. Me parece que todos tienen prisa y que a cada instante van a chocar contra sus propios pies. En cuanto a los ciclistas, a la velocidad que van ni siquiera puedo distinguir si son hombres o mujeres. La gente de este barrio es típicamente popular y en su mayor parte se ve pobre, en especial los niños, que están muy sucios: no los tocaría ni con pinzas. Verdaderos hijos del arrabal, con la nariz siempre chorreante; hablan una jerga apenas compresible. Ayer en la tarde, cuando Margot y yo tomamos aquí nuestro baño, le dije: -Si pudiéramos atrapar a esos chicos que pasan por aquí, uno detrás de otro, darles un baño, lavarlos, cepillarlos, zurcirles la ropa y dejarlos enseguida... Margot me interrumpió: -Los verías mañana lo mismo de sucios, y con idénticos harapos. Pero digo tonterías, hay otras cosas que ver: autos, barcos y la lluvia. Me gusta, en particular, escuchar el rechinar del tranvía al pasar frente a la casa. Nuestros pensamientos varían tan poco como nosotros mismos. Forman un círculo perpetuo, que va de los judíos a los alemanes, y de los alimentos a la política. Entre paréntesis, hablando de judíos, ayer, por entre las cortinas, vi pasar a dos: yo estaba muy triste, tenía la sensación de traicionar a esa gente y de espiar su desgracia. Exactamente delante de nosotros hay una barca habitada por un barquero y su familia, con su perrito: no conocemos del perro más que sus ladridos y su colita enroscada, que divisamos sobresaliendo de la borda, cuando él da vueltas por el desembarcadero. Ahora que la lluvia persiste, la mayoría de la gente anda oculta bajo su paraguas. No veo más que impermeables, y a veces una nuca debajo de una gorra. Casi no vale la pena mirar a nadie. Ya he visto bastante a esas mujeres abotargadas por las papas, vestidas con un abrigo verde o rojo, los tacones gastados, la bolsa al brazo. Algunas tienen el rostro bondadoso, otras se muestran ceñudas, lo cual depende del humor de sus maridos.

Tuya,
ANA

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