Querida Kitty:
La invasión sigue viento en popa. Los aliados están en Bayeux,
un pequeño puerto de la costa francesa, y se lucha por Caen. El
objetivo estratégico consiste en rodear la aislada Cherburgo. Todas
las noches, las transmisiones de los corresponsales de guerra
hablan de las dificultades, el valor y el entusiasmo del ejército,
citando ejemplos de los más increíbles. Algunos heridos, de regreso
en Inglaterra, han hablado también ante el micrófono. La R.A.F.
no interrumpe sus vuelos, pese al mal tiempo. Hemos sabido por
la B.B.C. que Churchill quería participar con sus hombres en el
desembarco, pero tuvo que abandonar su proyecto por consejo
de Eisenhower y otros generales. ¡Qué coraje para un anciano
que debe de tener cerca de setenta años!
Aquí nos hemos repuesto un poco de la emoción, pero
confiamos en que la guerra termine antes de fin de año. ¡Ya es
hora! La señora Van Daan nos aburre con sus tonterías; ahora
que no puede volvernos locos con el tema de la invasión, la
emprende con el mal tiempo todo el santo día. ¡Habría que meterla
en una tina llena de agua fría!
Todos los habitantes del anexo, excepto Van Daan y Peter,
han leído la trilogía Rapsodia húngara, que trata sobre la vida del
compositor, músico eximio y niño prodigio que fue Franz Liszt.
Es un libro muy interesante, pero opino que en él se habla
demasiado de mujeres. En su tiempo, Liszt fue no sólo el más
grande y famoso pianista, sino también el mayor don Juan... hasta
la edad de setenta años. Vivió con la duquesa Marie dAgould, la
princesa Carolina Sayn-Wittgenstein, la bailarina Lola Montez, la
pianista Agnes Kingworth, la pianista Sophie Menter, la princesa
Olga Janina, la baronesa Olga Meyendorff, la actriz Lilla no-sé-
cuanto, etc., etc.; la lista es interminable. Las partes del libro que
tratan sobre música y arte son mucho más interesantes. Se
menciona a Schuman, Clara Wieck, Héctor Berlioz, Johannes *Una sola voluntad y una sola esperanza. (N. del T.). Brahms, Beethoven, Joachim, Richard Wagner, Hans Von Bülow,
Anton Rubinstein, Frédéric Chopin, Víctor Hugo, Honoré de
Balzac, Hiller, Hummel, Czerny, Rossini, Cherubini, Paganini,
Mendelssohn, etcétera.
Liszt era personalmente un hombre agradable, muy generoso
y modesto en lo que respecta a sí mismo, aunque en extremo
vano. Ayudaba a todo el mundo, su arte lo era todo para él, le
enloquecían el coñac y las mujeres, no podía soportar las lágrimas,
era un caballero, jamás se hubiera negado a hacer un favor a nadie,
le importaba poco el dinero, y era partidario de la libertad religiosa
y política.
Tuya,
ANA
Martes 13 de junio de 1944
Querida Kitty:
Mi cumpleaños ha pasado de nuevo. Tengo, pues, quince años.
He recibido bastantes cosas.
La Historia del Arte de Springer, en cinco tomos; además,
un conjunto de ropa interior, un pañuelo, dos tarros de yogur, un
frasquito de mermelada, un gran bizcocho y un libro sobre
botánica, de papá y mamá. Un brazalete doble de Margot, un
libro (Patria) de Van Daan, caramelos de Dussel, bombones y
cuadernos de Miep y Elli, y la mejor sorpresa, un libro: María
Theresa, así como tres tajadas de verdadero queso, de Kraler; un
magnífico ramo de peonías de Peter. ¡Pobre muchacho! se ha
esforzado tanto por encontrar algo, pero sin ningún resultado.
Las noticias, las tormentas, los torrentes de lluvia y el mar
desencadenado.
Churchill, Smuts, Eisenhower y Arnold visitaron ayer, en
Francia, los pueblos conquistados y liberados por los ingleses.
Churchill hizo la travesía en un torpedero que hostigó la costa.
Hay que creer que ese hombre, como tantos otros, desconoce el
miedo. ¡Es envidiable!
Desde el anexo, no podemos pulsar la moral de los holandeses.
No cabe duda de que la gente se alegra de haber visto a la
«indolente» (?) Inglaterra arremangarse por fin. Todos los
holandeses que todavía osan hablar despectivamente de los
ingleses, que siguen calumniando a Inglaterra y a su gobierno de
viejos señores, llamándoles cobardes aun cuando odian a los
alemanes, merecen una buena sacudida, tal vez eso les devuelva el
sentido.
Hacía dos meses que no tenía la menstruación, pero
finalmente todo recomenzó el sábado. A pesar de la molestia que
significa, me alegro.
Tuya,
ANA
Miércoles 14 de junio de 1944
Querida Kitty:
Anhelos, deseos, pensamientos, acusaciones y reproches
asaltan mi cerebro como un ejército de fantasmas. No soy en
realidad tan presumida como imaginan los demás. Conozco mis
innumerables defectos mejor que cualquiera, pero he ahí la
diferencia: sé que tengo la firme voluntad de enmendarme, y de
llegar a ello, pues ya compruebo un progreso sensible.
Entonces, ¿cómo es posible que todo el mundo siga
encontrándome presuntuosa y tan poco modesta? ¿Soy en verdad
tan presuntuosa? ¿Lo soy realmente yo, o acaso lo son los otros?
Esto no conduce a nada, lo comprendo, pero no voy a tachar la
última frase, por extraña que sea. La señora Van Daan, mi principal
acusadora, es conocida por su falta de inteligencia y, puedo decirlo
con toda tranquilidad, por su estupidez. La mayoría de las veces,
los tontos no pueden soportar a alguien más inteligente o más despierto que ellos.
La señora me juzga tonta porque soy más veloz que ella para
comprender las cosas; juzga que adolezco de inmodestia porque
ella adolece mucho más; encuentra mis vestidos demasiado cortos
porque los suyos son más cortos aún. Asimismo, me juzga
presuntuosa porque ella es de eso dos veces más culpable que yo
al hablar de cosas de las que no tiene ninguna noción. Mas he
aquí uno de mis proverbios predilectos: «Hay algo de verdad en
cada reproche». Y estoy dispuesta a admitir que soy presuntuosa.
Ahora bien, no tengo muy buen carácter, y te aseguro que
nadie me regaña y me critica tanto como yo misma. Entonces, si
mamá agrega a ello sus buenos consejos, las prédicas se acumulan
y se tornan a tal punto insoportables, que, desesperando de no
poder nunca salir de eso, me vuelvo insolente y me pongo a
contradecirla. Y, por último, recurro al mismo estribillo: «¡Nadie
intenta comprenderme!».
Esta idea está anclada en mí y, por discutible que pueda
parecer, hay a pesar de todo una brizna de verdad en esto también.
Las acusaciones que me dirijo a mi misma cobran a menudo tales
proporciones, que siento sed de una voz reconfortante que se
interese un poco por lo que pasa en mí. ¡Ay! Por mucho que
busque, todavía no he encontrado esa voz.
Yo sé que esto te hace pensar en Peter, ¿verdad, Kitty? De
acuerdo. Peter me quiere. No como enamorado, sino como amigo.
Su devoción aumenta con los días. Sin embargo, no comprendo
qué nos detiene a los dos; hay algo misterioso que nos separa. A
veces pienso que el deseo irresistible que me impelía hacia él era
exagerado, pero eso no puede ser verdad: porque si me ocurre
no reunirme con él por dos días seguidos, mi deseo se vuelve más
fuerte que nunca... Peter es bueno y amable, mas no puedo negar
que me decepciona en muchas cosas. Le reprocho, sobre todo,
que reniegue de su religión; sus conversaciones sobre la
alimentación y otras cosas que me desagradan han revelado varias
divergencias entre nosotros. Pero sigo persuadida de que
mantendremos nuestro propósito de no regañar nunca. A Peter
le gusta la paz, es tolerante y muy indulgente. No permitiría a su
madre que le dijera todas las cosas que acepta de mí, y hace
denodados esfuerzos por mantener sus cosas en orden. Sin
embargo, continúa guardando para sí sus sentimientos más íntimos
¿Por qué nunca me deja entreverlos? Su naturaleza es mucho más
cerrada que la mía, es verdad, pero hasta las naturalezas más reacias
sienten en un momento dado la necesidad irresistible de liberarse,
tanto y más que las otras, que yo he experimentado.
Ambos hemos pasado en el anexo los años en que uno se
forma: hablamos y volvemos a hablar siempre del porvenir, del
pasado y del presente, pero, como y te dije, parecía faltarme lo
esencial, y sé que está ahí.
Tuya,
ANA
Jueves 15 de junio de 1944
Querida Kitty:
Es posible que sea la nostalgia del aire libre, después de
estar privada de él por tanto tiempo, pero añoro más que nunca
a la naturaleza. Recuerdo todavía muy bien que antes nunca me
sentí tan fascinada por un cielo azul deslumbrante, por el canto
de los pájaros, por el claro de luna, por las plantas y las flores.
Aquí, he cambiado.
El día de Pentecostés, por ejemplo, cuando hacía tanto calor,
permanecí despierta hasta las once y media, para mirar
completamente sola, por una vez, la luna a través de la ventana
abierta. ¡Ay! Este sacrificio no sirvió de nada, pues la luna brillaba
con luz demasiado fuerte para que yo me arriesgase a abrir la ventana. En otra ocasión -hace varios meses de eso- había subido
por casualidad al cuarto de los Van Daan una noche en que su
ventana estaba abierta. No los dejé antes de que la cerraran. Noche
sombría y lluviosa, tormenta y nubes fugitivas. Por primera vez,
desde hacía un año, frente a frente con la noche, me hallaba bajo
el imperio de su hechizo. Después de eso, mi deseo de revivir un
momento semejante sobrepasaba a mi miedo a los ladrones, a las
ratas y a la oscuridad. Una vez bajé completamente sola para mirar
por la ventana de la oficina privada y por la de la cocina. Muchas
personas encuentran bella a la naturaleza; muchos pasan la noche
en el campo, quienes están en cárceles y hospitales, aguardan el
día en que podrán gozar de nuevo del aire libre, pero hay pocos
que están como nosotros; encontrados y aislados con su nostalgia
de lo que es accesible tanto a pobres como a ricos.
Mirar el cielo, las nubes, la luna y las estrellas me apacigua y
me restituye la esperanza; no se trata, en verdad, de imaginación.
Es un remedio mucho mejor que la valeriana y el bromuro. La
naturaleza me hace humilde y me preparo a soportar todos los
golpes con valor.
Excepto raras ocasiones, me ha tocado la desdicha de mirar
a través de vidrios sucios y visillos cargados de polvo. Mi gozo se
desvanece, pues la naturaleza es la única cosa que no tolera ser
deformada.
Tuya,
ANA
Viernes 16 de junio de 1944
Querida Kitty:
La señora Van Daan está desesperada, y habla de cárcel, de
ahorcarse, de suicidio y de meterse una bala en el cráneo. Está
celosa porque Peter se confía a mí y no a ella. Se siente humillada
porque Dussel no responde suficientemente a sus insinuaciones.
Teme que su marido se fume todo el dinero de su abrigo de
pieles. Se pasa el tiempo en querellas, insultos, lloriqueos, quejas y
risas para volver a las querellas.
¿Qué hacer de una chiflada que gimotea sin cesar? Nadie la
toma en serio. No tiene ningún carácter, se queja de todo el mundo,
provoca la insolencia de Peter, la irritación del señor Van Daan
fastidiado, y el cinismo de mamá. Es una situación lamentable.
Sólo resta una cosa por hacer; considerarse a sí mismo con sentido
del humor y no reparar en los demás. Parecerá egoísmo, pero es
en realidad el único medio de defensa cuando uno no puede
confiar sino en sí mismo.
Kraler ha sido convocado nuevamente para trabajar la tierra
duramente cuatro semanas.
Va a tratar de librarse mediante un certificado médico y una
carta del negocio. Koophuis está decidido a hacerse operar su
úlcera. Ayer, a las once, fueron cortadas las líneas telefónicas
particulares.
Tuya,
ANA
Viernes 23 de junio de 1944
Querida Kitty.
Nada especial que señalar. Los ingleses han iniciado la gran
ofensiva sobre Cherburgo. ¡Pim y Van Daan están seguros de
nuestra liberación para antes del 10 de octubre! Los rusos toman)140(
EL DIARIO DE ANA FRANK
© Pehuén Editores, 2001.
parte en las operaciones; ayer comenzaron la ofensiva sobre
Witebsk, exactamente tres años después del ataque alemán.
Ya casi no nos quedan patatas; en lo futuro, las contaremos
para que cada uno sepa la parte que le corresponde.
Tuya,
ANA
Martes 27 de junio de 1944
Mi muy querida Kitty:
La moral se ha elevado. Todo marcha muy bien. Cherburgo,
Witebsk y Slobin han caído hoy. Numerosos prisioneros, gran
botín. Los ingleses pueden ahora desembarcar lo que quieran,
material y todo. Porque cuentan con un puerto. Tienen todo el
Cotentín, tres semanas después de iniciada la invasión. ¡Qué
resultado inaudito! Durante las tres semanas que transcurrieron
desde el día D no ha habido un solo día sin lluvia o tormenta,
tanto aquí como en Francia; sin embargo, esta mala suerte no ha
impedido a los ingleses y norteamericanos demostrar su fuerza,
¡y cómo! Aunque la V-2, la famosa arma secreta, haya entrado en
acción, ello no significa más que algunos destrozos en Inglaterra
y material de propaganda para la prensa nazi. Por lo demás, los
nazis temblarán aun más al reparar en que el «peligro bolchevique»
no está lejos.
Todas las mujeres alemanas de la región costera que no
trabajan para la Wehrmacht son evacuadas a Grominga, Fiesland
y la Gueldre. Mussert* ha declarado que, en caso de desembarco
en nuestra tierra, se pondrá el uniforme de soldado. ¿Va a pelear
ese gordiflón? Hubiera podido empezar un poco antes, en Rusia.
Finlandia, que había rechazado los ofrecimientos de paz, ha roto
de nuevo las conversaciones; tendrán de qué arrepentirse esos
idiotas.
¿Cuánto más habremos avanzado para el 27 de julio?
Tuya,
ANA
Viernes 30 de junio de 1944
Querida Kitty:
Mal tiempo, y la radio dice: Bad weather at a stretch to the
30th of June**.
¡Qué erudicción! Desde luego, puedo jactarme de mis
progresos en inglés; prueba de ello es que estoy leyendo An Ideal
Husband con ayuda del diccionario. Noticias excelentes: Bobroisk,
Mogilef y Orsja han caído. Muchos prisioneros.
En casa, las cosas están all right, la moral sensiblemente
mejor. Nuestros optimistas a ultranza triunfan. Elli ha cambiado
de peinado. Miep tiene una semana de licencia. Esas son las últimas
novedades.
Tuya,
ANA
Jueves 6 de julio de 1944
Querida Kitty.
Se me oprime cl corazón cuando Peter dice que más tarde
podría muy bien hacerse malhechor o lanzarse a la especulación.
Aunque sepa que bromea no por eso dejo de tener la impresión
de que le asusta su propia debilidad de carácter. Tanto Margot
como Peter me repiten siempre: «¡Ah, si pudiera ser tan fuerte y
*Mussert era el líder del Movimiento Nacional Socialista Holandés. (N. del T.). **Se anuncia mal tiempo hasta el 30 de junio. (N.del T.) valerosa como tú, tan perseverante! ¡Si tuviera tu energía tenaz!......
Me pregunto si no dejarse influir es de veras una cualidad.
Sigo casi siempre el camino de mi propia conciencia; quién sabe
si tengo razón.
En realidad, me cuesta comprender al que dice: «Soy débil»,
y sigue siéndolo. Ya que tiene conciencia de ello, ¿por qué no
remontar la corriente y enmendar el propio carácter? A esto Peter
replica... «Porque es mucho más fácil», lo que me desalienta un
poco. ¿Fácil? ¿Quiero decir que una vida perezosa y deshonesta
equivale entonces a una vida fácil? No. Me niego a creerlo; no es
posible dejarse seducir tan pronto por la debilidad y... el dinero.
He meditado largamente sobre la forma de responderle e
incitarlo a tener confianza en sí mismo, sobre todo a enmendarse;
pero ignoro si mi razonamiento es justo.
Imaginaba que poseer la confianza de alguien era maravilloso,
y ahora que lo he conseguido, empiezo a ver todo lo difícil que es
identificarse con el pensamiento del otro, hallar la palabra cabal
para responderle. Tanto más cuanto que los conceptos «fácil» y
«dinero» son para mí nuevos y totalmente extraños. Peter comienza
a depender, poco más o menos de mí, y yo no lo admitiré, sean
cuales fueren las circunstancias. Una persona como Peter
encuentra difícil sostenerse sobre sus propias piernas, pero aún
resulta más difícil hacerlo cuando se es un hombre consciente en
la vida. Como tal, es doblemente arduo seguir firmemente una
ruta a través del mar de los problemas, sin dejar de ser recto y
perseverante. Eso me vuelve cavilosa; durante días enteros, busco
y rebusco un medio radical de curarlo de esa palabra terrible:
«fácil».
Lo que le parece tan fácil y tan hermoso lo arrastrará a un
abismo donde no hay amigos ni apoyo, ni nada que se vincule a la
belleza; un abismo del que es casi imposible salir. ¿Cómo hacérselo
comprender?
Todos vivimos sin saber por qué ni con qué norte, y siempre
buscamos la felicidad; vivimos todos juntos y cada cual de manera
diferente. Los tres fuimos educados en un buen ambiente, estamos
capacitados para el estudio, tenemos la posibilidad de realizar algo,
y muchas razones para esperar la felicidad, pero debemos hacer
algo para alcanzarla. Realizar una cosa fácil no demanda ningún
esfuerzo. Hay que practicar el bien y trabajar para merecer la
dicha, y no se llega a ella a través de la especulación y la pereza. La
pereza seduce, el trabajo satisface.
No comprendo a las personas que desdeñan el trabajo, aunque
no es el caso de Peter; lo que le falta es un objetivo determinado;
se considera poco listo y demasiado mediocre para llegar a un
resultado. ¡Pobre muchacho! Nunca ha sabido lo que es hacer a
los demás felices, y eso yo no puedo enseñárselo. No tiene religión,
se burla de Jesucristo, y blasfema usando el nombre de Dios;
tampoco yo soy ortodoxa, pero me entristece su desdén, su
soledad y su pobreza de alma.
Pueden regocijarse quienes tienen una religión, pues no le es
dado a todo el mundo creer en lo celestial. Ni siquiera es necesario
temer el castigo, después de la muerte; no todos creen en el
purgatorio, el infierno y el cielo, pero una religión, sea cual fuere,
mantiene a los hombres en el camino recto. El temor a Dios
otorga la estimación del propio honor, de la propia conciencia.
¡Qué hermosa sería toda la humanidad, y qué buena, si, por la
noche, antes de dormirse, cada cual evocase cuanto le ocurrió
durante el día, y todo lo que hizo, llevando cuenta del bien y del
mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos,
las personas se esforzarían por enmendarse, y es probable que
después de algún tiempo se hallarán frente a un buen resultado.
Todo el mundo puede probar este simple recurso, que no cuesta
nada y que indudablemente sirve para algo. «En una conciencia
tranquila es donde radica nuestra fuerza». El que lo ignore puede
aprenderlo y hacer la prueba. El apoderado, M.B., ha vuelto del campo con una cantidad
enorme de fresas, polvorientas, llenas de arena, pero fresas al fin.
No menos de veinticuatro cajitas para la oficina y para nosotros.
Inmediatamente nos pusimos a la tarea y la misma noche tuvimos
la satisfacción de contar con seis vasijas de conservas y ocho tarros
de confitura. A la mañana siguiente, Miep propuso que
preparásemos la confitura para los de la oficina.
A las doce y media, como el campo estaba libre en toda la
casa y la puerta de entrada cerrada, subimos el resto de las cajitas.
En la escalera, desfile de papá, Peter y Van Daan. A la pequeña
Ana le tocó ocuparse del calentador del baño y del agua caliente.
A Margot, buscar las vasijas. ¡Toda la tripulación actuando! Yo
me sentía desplazada en esa cocina de la oficina, llena hasta
reventar, y ello en pleno día, con Miep, Elli, Koophuis, Henk y
papá. Hubiérase dicho la quinta columna del reaprovisionamiento.
Evidentemente, los visillos de las ventanas nos aíslan pero
nuestras voces y las puertas que golpean me ponen la carne de
gallina. Se me ocurrió pensar que ya no estábamos escondidos.
Es extraña la sensación de que tengo derecho a salir. Llenar la
cacerola, a subirla enseguida... En nuestra cocina, el resto de la
familia se halla alrededor de la mesa limpiando fresas, llevándose
más a la boca que a las vasijas. No se tardó en reclamar otra vasija,
y Peter fue a buscar una a la cocina de abajo... desde donde oyó
llamar dos veces; dejando el recipiente, se precipitó detrás de la
puerta-armario, cerrándolo con sumo cuidado. Todos estábamos
impacientes ante los grifos cerrados y las fresas por lavar, pero
había que respetar la consigna: «En caso de que hubiera alguien
en la casa, cerrar todos los grifos para evitar el ruido del paso del
agua por las cañerías».
Henk llegó a la una y nos dijo que era el cartero. Peter volvió
a bajar... para oír el timbre una vez más y para girar de nuevo
sobre sus talones. Yo me puse a escuchar, primero junto a la
puerta-armario; luego, despacio, avancé hasta la escalera. Peter se
unió a mí, y nos inclinamos sobre la balaustrada como dos
ladrones, para oír las voces familiares de los nuestros. Peter bajó
algunos peldaños, y llamó:
-Elli...
Ninguna respuesta... Otra vez:
-Elli...
El estrépito de la cocina dominaba la voz de Peter. De un
salto, echó a correr hacia abajo. Con los nervios en tensión, me
quedo en el lugar, y oigo:
-Márchate, Peter. Ha venido el contador. No puedes quedarte
aquí.
Era la voz de Koophuis. Peter vuelve suspirando, y cerramos
la puerta-armario. A la una y media, Kraler aparece por casa,
exclamando:
-¡Caramba! Por donde paso no veo más que fresas: fresas
para el desayuno, Henk come fresas, ¡huelo fresas en cualquier
sitio! Vengo aquí para librarme de esos granos rojos, ¡y ustedes
los están lavando!
El resto de las fresas se puso en conserva. Esa misma noche,
las tapas de dos vasijas habían saltado; papá hizo enseguida
mermelada de su contenido. En la mañana siguiente, otras dos
vasijas abiertas, y por la tarde, cuatro, pues Van Daan no las había
esterilizado convenientemente. Y papá hace mermelada todas las
noches.
Comemos la avena con fresas, el yogur con fresas, el pan con
fresas; fresas de postre, fresas con azúcar y fresas con arena.
Durante dos días, es el vals de las fresas. Enseguida se acabó la
reserva, salvo la de los tarros puesto bajo llave
-Ven a ver, Ana -me llamó Margot
-. El verdulero de la esquina
nos ha enviado guisantes frescos. Nueve kilos.
-¡Qué amable ha sido!
- respondí.
Muy amable, sí, pero la tarea de desgranarlos... ¡Puah!
-Todo el mundo a la tarea mañana por la mañana, para
desgranar los guisantes
-anunció mamá.
En efecto, a la mañana siguiente la gran cacerola de hierro
enlozado apareció sobre la mesa después del desayuno, para no
tardar en llenarse de guisantes hasta el borde. Desvainarlos es
una tarea fastidiosa, y es más bien un arte desprender la piel interior
de la vaina; pocas personas conocen las delicias de la vaina de los
guisantes una vez desprovista de su piel. El sabor no lo es todo; la
enorme ventaja es que se obtiene un volumen mayor.
Quitar esta piel interior es un trabajito muy preciso y
minucioso, indicado quizá para los dentistas pedantes y los
burócratas meticulosos; para una impaciente como yo, es un
suplicio. Comenzamos a las nueve y media; a las diez y media, me
levanto; a las once y media, vuelvo a sentarme. Me zumban los
oídos: quebrar las puntas, sacar los hilos, quitar la piel y separarla
de la vaina, etc. La cabeza me da vueltas. Verdor, verdor, gusanito,
hilito, vaina, vaina podrida, vaina verde, verde, verde.
Se transforma en una obsesión. Hay que hacer algo. Y me
pongo a hablar aturdidamente de todas las tonterías imaginables,
hago reír a todo el mundo, o los aburro enormemente. Con cada
hilo que quito más me convenzo de que no quiero ser tan solo
una simple ama de casa.
A mediodía almorzamos por fin, pero después a reanudar la
tarea, hasta la una y cuarto. Al terminar, tengo una especie de
mareo; los otros también, poco más o menos. Dormí hasta las
cuatro, y me siento todavía embrutecida por esos detestables
guisantes.
Tuya,
ANA
Sábado 15 de julio de 1944
Querida Kitty:
Hemos leído un libro de la biblioteca con el título provocativo.
¿qué piensa usted de la muchacha moderna? Me gustaría hablarte
del tema.
La autora (porque es una mujer) critica a fondo a la «juventud
de hoy», aunque sin desaprobarla por completo, pues no dice,
por ejemplo, que no sirve para nada. Al contrario, es más bien de
la opinión de que, si la juventud quisiera, podría ayudar a construir
un mundo mejor y más bello, puesto que dispone de los medios;
sin embargo, prefiere ocuparse de cosas superficiales, sin mirar lo
que es esencialmente hermoso.
Ciertos párrafos me dan la fuerte impresión de que soy atacada
personalmente por la autora, y por eso quiero defenderme,
abriéndome a ti.
El rasgo más acusado de mi carácter -así lo admitirán quienes
mejor me conocen- es el conocimiento de mí misma. Puedo mirar
todos mis actos como los de una extraña. Me encuentro, delante
de esta Ana de todos los días, sin ánimo preconcebido y sin querer
disculparla de ninguna manera, con el fin de observar si lo que
ella hace está bien o mal. Esta «conciencia de mí misma» no me
abandona nunca; no puedo pronunciar nada sin que acuda a mi
espíritu: «Hubiera debido decir esto otro» o: «Eso es, está bien».
Me acuso de cosas innumerables, y, de más en más, estoy
convencida de la verdad de esta frase de papá: «Todo niño debe
educarse a sí mismo». Los padres sólo pueden aconsejarnos e
indicarnos el camino a seguir, pero la formación esencial de
nuestro carácter se halla en nuestras propias manos.
Añade a eso que enfrento con extraordinario valor mi vida,
me siento siempre muy fuerte, muy dispuesta a enfrentar lo que
sea, ¡y me siento muy libre y muy joven! Cuando me percaté de.
esto por primera vez, me sentí gozosa, porque me parece que no
me doblegaré fácilmente bajo los golpes de los que, nadie, desde
luego, escapa.
Pero de esas cosas ya te he hablado varias veces. Preferiría
detenerme en el capitulo «Papá y mamá no me comprenden».
Mis padres me han mimado siempre, me han tratado con mucha
amabilidad, siempre han tomado mi defensa y han hecho cuanto
estaba en sus manos por ser buenos. Sin embargo, me he sentido
terriblemente sola durante mucho tiempo; sola, excluida,
abandonada e incomprendida. Papá ha hecho todo lo posible
por atemperar mi rebeldía., pero ello no ha servido de nada; me
he curado yo misma, reconociendo mis errores y sacando de ellos
una enseñanza.
¿Cómo es posible que, en mi lucha, papá nunca haya logrado
ser para mí un apoyo y que, aún tendiéndome una mano de auxilio,
no haya acertado?
Papá no ha recapacitado bien: siempre me ha tratado como a
una niña que pasa por la edad ingrata. Eso parece extraño, porque
él es el único que siempre me ha acordado su confianza, y el
único también que me ha hecho sentir que soy razonable. Lo que
no impide que haya descuidado una cosa: mis luchas por remontar
la corriente -eran infinitamente más importantes para mí que todo
el resto-, y en eso no pensó. Yo no quería oír hablar de «edad
ingrata», de «otras muchachas» y de que «eso pasará»; no quería
ser tratada como una-muchacha-igual-que-las-otras, sino única y
exclusivamente como Ana-tal-cual-es. Pim no comprende eso.
Por otra parte, yo sería incapaz de confiarme a alguien que no me
lo dijese todo de sí mismo, y como sé demasiado poco de Pim,
me es imposible aventurarme completamente sola en el camino
de la intimidad.
Pim se sitúa siempre en el punto de vista del padre, persona
de más edad, conocedor de esta clase de inclinaciones porque ya
pasó por ellas y juzgándolas, en consecuencia, triviales; de suerte
que es incapaz de compartir mi amistad, aun cuando la busque
con todas sus fuerzas.
Todo eso me ha llevado a la conclusión de no hacer participe
a nadie, si no es a mi diario, y rara vez a Margot, de mi concepto
de la vida y de mis teorías tan meditadas. Todo cuanto me
conmovía, se lo he ocultado a papá; nunca compartí con él mis
ideales, y me aparté voluntariamente de él.
No he podido obrar de otro modo; me he dejado guiar
enteramente por mis sentimientos, y he obrado de acuerdo con
mi conciencia para encontrar el reposo. Porque he construido mi
tranquilidad y mi equilibrio sobre una base inestable, y los perdería
por completo si tuviese que soportar críticas sobre esta obra aún
inacabada. Por duro que eso pueda parecer, ni a Pim le permitiría
inmiscuirse, pues no solamente no le he dejado tomar parte alguna
en mi vida interior, sino que a menudo lo enfado con mi
irritabilidad, alejándolo de mí todavía más.
Eso me hace meditar mucho: ¿cómo es que Pim me fastidia
a ese extremo? No aprendo casi nada estudiando con él, y sus
caricias me parecen afectadas; querría estar tranquila y querría
sobre todo que me dejase un poco en paz..., hasta el día en que
vea ante él a una Ana mayor, más segura de sí misma. ¿Es ésa la
razón? Porque el recuerdo de su reproche sobre mi terrible carta
me sigue doliendo. Es que resulta muy difícil ser verdaderamente
fuerte y valeroso desde todos los puntos de vista.
Sin embargo, no es ésa mi mayor decepción. No. Peter me
preocupa mucho más que papá. Me hago bien cargo de que soy
yo quien le ha conquistado, y no viceversa: lo idealicé, viéndole
apartado, sensible y amable, como un muchacho que necesitaba
cariño y amistad. Había llegado al punto en que me era necesario
alguien a quien confiar mis sentimientos, un amigo que me señalase
el camino que debía seguir, y, atrayéndole lenta pero seguramente
hacia mí, lo conquisté, aunque con dificultad. Por fin, después de
haber obtenido su amistad, hemos llegado a una intimidad que,
bien pensada, ahora me parece inadmisible.
Hemos hablado de las cosas más secretas, pero, hasta aquí, hemos callado en cuanto a lo que colmaba y sigue colmando mi
corazón. Continúo sin forjarme una idea exacta de Peter. ¿Es
superficial? ¿O lo frena su timidez, incluso conmigo? Pero,
abstracción hecha de eso, he cometido un grave error: alejé todas
las otras posibilidades de asegurar nuestra amistad al aproximarme
a él mediante esas relaciones íntimas. El no desea más que amar,
y yo le gusto cada día más; de eso me he dado bien cuenta. En
cuanto a él, nuestros encuentros le bastan; mientras que a mí me
producen el efecto de un nuevo esfuerzo que obliga a volver a
empezar cada vez, sin, a pesar de todo, poder decidirme a abordar
los temas que tanto me agradaría poner en claro. He atraído a
Peter a la fuerza, mucho más de lo que él pueda sospechar. Ahora
bien, él se aferra a mí, y yo aún no he hallado la forma de que él
pise con sus propios pies. Después de haberme percatado -
bastante rápidamente, desde luego- de que no podía ser el amigo
copartícipe de mis pensamientos, no he cesado de aspirar a elevarlo
por sobre su horizonte limitado y a magnificarlo en su juventud.
«Porque, en el fondo, la juventud es más solidaria que la vejez».
Esta frase, leída en ya no recuerdo qué libro, se me ha quedado
grabada, porque la encuentro justa.
¿Es posible que nuestra permanencia aquí resulte más difícil
a los mayores que a los jóvenes? No. Indudablemente, eso no es
verdad. Las personas adultas ya se han formado una opinión sobre
todo, y no suelen vacilar ante sus actos en la vida. Nosotros los
jóvenes tenemos que hacer doble esfuerzo para mantener nuestras
opiniones, en esta época en que todo idealismo ha sido aplastado
y destruido, en que los hombres revelan su lado peor, en que la
verdad, el derecho y Dios son puestos en duda.
Quien pretende que los mayores del anexo afrontan una vida
mucho más difícil, no comprende sin duda hasta qué punto
nosotros somos asaltados por nuestros problemas... problemas
para los cuales acaso somos demasiado jóvenes, pero que no dejan
de imponérsenos; hasta que tras largo tiempo, creemos haber
hallado la solución, generalmente una solución que no parece
resistir a los hechos, pues éstos terminan por destruirla. He ahí la
dureza de esta época. tan pronto como los idealismos, los sueños,
las bellas esperanzas han tenido tiempo de germinar en nosotros,
son súbitamente atacados y del todo devastados por el espanto
de la realidad.
Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis
esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin
embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo
en la bondad innata del hombre. Me es absolutamente imposible
construirlo todo sobre una base de muerte, miseria y confusión.
Veo el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo,
cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se acerca, y que
anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de
millones de personas; y, sin embargo, cuando miro el cielo, pienso
que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta
estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de
nuevo el orden, el reposo y la paz.
Mientras lo espero, pongo mis pensamientos al abrigo y
velo por ellos, para el caso de que, en los tiempos venideros,
puedan todavía realizarse. Hay cada vez más razones para confiar. Esto marcha. ¡Sí,
verdaderamente, marcha muy bien! ¡Noticias increíbles! Tentativa
de asesinato contra Hitler, no por judíos comunistas o por
capitalistas ingleses, sino por un general de la nobleza germánica,
un conde, y joven, por añadidura. La «Divina Providencia» ha
salvado la vida del Führer, que sólo ha tenido que sufrir, y es una lástima, algunos rasguños y quemaduras. Varios oficiales y generales
de su séquito han muerto o quedado heridos. El culpable principal
ha sido ejecutado.
Una buena prueba, ¿eh?, de que muchos oficiales y generales
están cansados de la guerra y verían con alegría y voluptuosidad a
Hitler descender a los abismos más profundos. Tras la muerte de
Hitler, los alemanes aspirarían a establecer una dictadura militar,
un medio, según ellos, de concluir la paz con los aliados, y que les
permitiría rearmarse y recomenzar la guerra veinte años después.
Quizá la Providencia haya ex profeso retardado un poco la muerte
de Hitler, pues será mucho más fácil para los aliados, y más
ventajoso también, si los germanos puros, y sin tacha se encargan
ellos mismos de matarse entre sí; menos trabajo para los rusos y
los ingleses, que podrán proceder con mayor rapidez a la
reconstrucción de sus propias ciudades.
Pero aún no hemos llegado a eso. ¡Cuidado con anticiparse!
Sin embargo, lo que arriesgo, ¿no es una realidad tangible? Por
excepción, no estoy en vena de divagar a propósito de idealismos
imposibles. Hitler tuvo nuevamente la amabilidad de hablar a su
pueblo fiel y abnegado, diciéndole que a partir de hoy todos los
militares deberán obedecer a la Gestapo; además todo soldado
que sepa que uno de sus superiores tuvo algo que ver con este
atentado degradante y cobarde, tiene el derecho de meterle una
bala en el cuerpo sin otra forma de proceso.
Va a resultar muy lindo. A Hans le duelen los pies tras una
marcha demasiado larga, y su oficial lo reprende. Hans agarra su
fusil y grita: «¡Eres tú quien ha querido asesinar al Führer! ¡Cochino!
¡Toma tu recompensa!». ¡Pum! Y el orgulloso jefe que tuvo la
audacia de reconvenir al pequeño Hans ha desaparecido para
siempre en la vida eterna (o en la muerte eterna). ¿De qué manera
quieres que esto termine? Los señores oficiales van a cagarse en
sus calzoncillos de miedo cada vez que encuentren a un soldado
o tomen un comando, y que sus presuntos inferiores tengan la
audacia de gritar más fuerte que ellos. ¿Me entiendes, o es que yo
he perdido el seso? No puedo remediarlo. Me siento demasiado
alegre para ser lógica, demasiado contenta con la expectativa de
poder sentarme de nuevo, en octubre, en los bancos de la escuela.
¡Oh, oh! ¿No he dicho hace un instante que no hay que anticiparse
nunca? ¡Perdón, perdón! No por nada me llaman «un amasijo de
contradicciones».
Tuya,
ANA