Martes 10 de agosto de 1944

Querida Kitty:
«Un amasijo de contradicciones» son las últimas palabras de mi carta precedente y las primeras de ésta. «Amasijo de contradicciones». ¿Puedes explicarme lo que es exactamente? ¿Qué significa contradicción? Como tantas otras palabras tiene dos sentidos: contradicción exterior y contradicción interior. El primero es fácil de explicar: no plegarse a las opiniones ajenas, saber, mejor que el otro, decir la última palabra, en fin, todas las características desagradables por las cuales se me conoce muy bien. Pero en lo que concierne al segundo, casi nadie me conoce, y ése es mi secreto. Ya te he dicho que mi alma está, por así decir, dividida en dos. La primera parte alberga mi hilaridad, mis burlas, con cualquier motivo, mi alegría de vivir y, sobre todo, mi tendencia a tomarlo todo a la ligera. Por eso no me fastidian los flirteos, un beso, un abrazo o un chiste inconveniente. Esta primera parte está siempre en acecho, rechazando a la otra, que es más hermosa, más pura y más profunda. La parte hermosa de la pequeña Ana nadie la conoce, ¿verdad? Por eso son tan pocos los que me quieren de veras. Desde luego, puedo ser un payaso divertido durante una tarde, tras lo cual todo el mundo me ha visto lo suficiente para un mes por lo menos. Por ejemplo, una película de amor representa exactamente lo mismo para las personas profundas, una simple distracción de una velada, que se olvida bien pronto. No está mal. Cuando se trata de mí, sobre el «no está mal». Es aún algo peor. Me fastidia decírtelo. Pero ¿por qué no he de hacerlo, si sé que es la verdad? Esta parte que toma la vida a la ligera, la parte superficial, sobrepasará siempre a la parte profunda y, por consiguiente, será siempre vencedora. Puedes imaginar cuántas veces he tratado de rechazarla, de asestarle golpes, de ocultarla. Y eso que, en realidad, no es más que la mitad de todo lo que se llama Ana. Pero no ha servido de nada, y yo sé por qué. Tiemblo de miedo de que todos cuantos me conocen tal como me muestro siempre descubran que tengo otra parte, la más bella y la mejor. Temo que se burlen de mí, que me encuentren ridícula y sentimental, que no me tomen en serio. Estoy habituada a que no me tomen en serio, pero es «Ana la superficial» la que se ha habituado y quien puede soportarlo; la otra, la que es «grave y tierna», no lo resistiría. Cuando, de veras, he llegado a mantener a la fuerza en el proscenio a «Ana la buena» durante un cuarto de hora, ella se achica en cuanto hay que elevar la voz y, dejando la palabra a Ana número uno, desaparece antes de que yo me dé cuenta. «Ana la tierna» nunca ha aparecido, pues, ante el público, ni una sola vez; pero, en la soledad, su voz domina casi siempre. Sé con exactitud cómo me gustaría ser, puesto que lo soy... interiormente; pero ¡ay!, soy la única que lo sabe. Y ésta es quizá, no, es, seguramente, la razón por la cual yo llamo dichosa a mi naturaleza interior, mientras que los demás juzgan precisamente dichosa mi naturaleza exterior. Dentro de mí, «Ana la pura» me señala el camino; exteriormente, sólo soy una cabrita desprendida de su cuerda, alocada y petulante. Como ya te he dicho, veo y siento las cosas de manera totalmente distinta a como las expreso ante los demás; por eso me denominan, alternativamente, volandera, coqueta, pedante y romántica. «Ana la alegre» se ríe de eso, responde con insolencia, se encoge indiferente de hombros, pretende que no le importa; ¡pero ay!, «Ana la dulce» reacciona de la manera contraria. Para ser completamente franca, te confesaré que eso no me deja indiferente, que hago infinitos esfuerzos por cambiar, pero que me debato siempre contra fuerzas que me son superiores. Una voz solloza dentro de mí: «Ya ves, ya ves adonde has llegado: malas opiniones, rostros burlones o consternados, antipatías, y todo eso porque no escuchas los buenos consejos de tu propia parte buena» ¡Ah, cuánto me gustaría escucharla! Pero eso no sirve de nada. Cuando me muestro grave y tranquila, doy la impresión a todo el mundo de que interpreto una comedia, y enseguida recurro a una pequeña broma con el fin de zafarme; para no hablar de mi propia familia, que, persuadida de que estoy enferma, me hace engullir tabletas contra las jaquecas y los nervios, me mira la garganta, me tantea la cabeza para ver si tengo fiebre, me pregunta si estoy constipada y termina por criticar mi mal humor. Ya no puedo soportarlo: cuando se ocupan demasiado de mí, primero me vuelvo áspera, luego triste, revertiendo mi corazón una vez más con el fin de mostrar la parte mala y ocultar la parte buena, y sigo buscando la manera de llegar a ser la que tanto querría ser, lo que yo sería capaz de ser, si... no hubiera otras personas en el mundo.

Tuya,

ANNE FRANK 1929-1945

                              













Viernes 9 de junio de 1944

Querida Kitty:
La invasión sigue viento en popa. Los aliados están en Bayeux, un pequeño puerto de la costa francesa, y se lucha por Caen. El objetivo estratégico consiste en rodear la aislada Cherburgo. Todas las noches, las transmisiones de los corresponsales de guerra hablan de las dificultades, el valor y el entusiasmo del ejército, citando ejemplos de los más increíbles. Algunos heridos, de regreso en Inglaterra, han hablado también ante el micrófono. La R.A.F. no interrumpe sus vuelos, pese al mal tiempo. Hemos sabido por la B.B.C. que Churchill quería participar con sus hombres en el desembarco, pero tuvo que abandonar su proyecto por consejo de Eisenhower y otros generales. ¡Qué coraje para un anciano que debe de tener cerca de setenta años! Aquí nos hemos repuesto un poco de la emoción, pero confiamos en que la guerra termine antes de fin de año. ¡Ya es hora! La señora Van Daan nos aburre con sus tonterías; ahora que no puede volvernos locos con el tema de la invasión, la emprende con el mal tiempo todo el santo día. ¡Habría que meterla en una tina llena de agua fría! Todos los habitantes del anexo, excepto Van Daan y Peter, han leído la trilogía Rapsodia húngara, que trata sobre la vida del compositor, músico eximio y niño prodigio que fue Franz Liszt. Es un libro muy interesante, pero opino que en él se habla demasiado de mujeres. En su tiempo, Liszt fue no sólo el más grande y famoso pianista, sino también el mayor don Juan... hasta la edad de setenta años. Vivió con la duquesa Marie d’Agould, la princesa Carolina Sayn-Wittgenstein, la bailarina Lola Montez, la pianista Agnes Kingworth, la pianista Sophie Menter, la princesa Olga Janina, la baronesa Olga Meyendorff, la actriz Lilla no-sé- cuanto, etc., etc.; la lista es interminable. Las partes del libro que tratan sobre música y arte son mucho más interesantes. Se menciona a Schuman, Clara Wieck, Héctor Berlioz, Johannes *Una sola voluntad y una sola esperanza. (N. del T.). Brahms, Beethoven, Joachim, Richard Wagner, Hans Von Bülow, Anton Rubinstein, Frédéric Chopin, Víctor Hugo, Honoré de Balzac, Hiller, Hummel, Czerny, Rossini, Cherubini, Paganini, Mendelssohn, etcétera. Liszt era personalmente un hombre agradable, muy generoso y modesto en lo que respecta a sí mismo, aunque en extremo vano. Ayudaba a todo el mundo, su arte lo era todo para él, le enloquecían el coñac y las mujeres, no podía soportar las lágrimas, era un caballero, jamás se hubiera negado a hacer un favor a nadie, le importaba poco el dinero, y era partidario de la libertad religiosa y política. Tuya, ANA Martes 13 de junio de 1944 Querida Kitty: Mi cumpleaños ha pasado de nuevo. Tengo, pues, quince años. He recibido bastantes cosas. La Historia del Arte de Springer, en cinco tomos; además, un conjunto de ropa interior, un pañuelo, dos tarros de yogur, un frasquito de mermelada, un gran bizcocho y un libro sobre botánica, de papá y mamá. Un brazalete doble de Margot, un libro (Patria) de Van Daan, caramelos de Dussel, bombones y cuadernos de Miep y Elli, y la mejor sorpresa, un libro: María Theresa, así como tres tajadas de verdadero queso, de Kraler; un magnífico ramo de peonías de Peter. ¡Pobre muchacho! se ha esforzado tanto por encontrar algo, pero sin ningún resultado. Las noticias, las tormentas, los torrentes de lluvia y el mar desencadenado. Churchill, Smuts, Eisenhower y Arnold visitaron ayer, en Francia, los pueblos conquistados y liberados por los ingleses. Churchill hizo la travesía en un torpedero que hostigó la costa. Hay que creer que ese hombre, como tantos otros, desconoce el miedo. ¡Es envidiable! Desde el anexo, no podemos pulsar la moral de los holandeses. No cabe duda de que la gente se alegra de haber visto a la «indolente» (?) Inglaterra arremangarse por fin. Todos los holandeses que todavía osan hablar despectivamente de los ingleses, que siguen calumniando a Inglaterra y a su gobierno de viejos señores, llamándoles cobardes aun cuando odian a los alemanes, merecen una buena sacudida, tal vez eso les devuelva el sentido. Hacía dos meses que no tenía la menstruación, pero finalmente todo recomenzó el sábado. A pesar de la molestia que significa, me alegro. Tuya, ANA Miércoles 14 de junio de 1944 Querida Kitty: Anhelos, deseos, pensamientos, acusaciones y reproches asaltan mi cerebro como un ejército de fantasmas. No soy en realidad tan presumida como imaginan los demás. Conozco mis innumerables defectos mejor que cualquiera, pero he ahí la diferencia: sé que tengo la firme voluntad de enmendarme, y de llegar a ello, pues ya compruebo un progreso sensible. Entonces, ¿cómo es posible que todo el mundo siga encontrándome presuntuosa y tan poco modesta? ¿Soy en verdad tan presuntuosa? ¿Lo soy realmente yo, o acaso lo son los otros? Esto no conduce a nada, lo comprendo, pero no voy a tachar la última frase, por extraña que sea. La señora Van Daan, mi principal acusadora, es conocida por su falta de inteligencia y, puedo decirlo con toda tranquilidad, por su estupidez. La mayoría de las veces, los tontos no pueden soportar a alguien más inteligente o más despierto que ellos. La señora me juzga tonta porque soy más veloz que ella para comprender las cosas; juzga que adolezco de inmodestia porque ella adolece mucho más; encuentra mis vestidos demasiado cortos porque los suyos son más cortos aún. Asimismo, me juzga presuntuosa porque ella es de eso dos veces más culpable que yo al hablar de cosas de las que no tiene ninguna noción. Mas he aquí uno de mis proverbios predilectos: «Hay algo de verdad en cada reproche». Y estoy dispuesta a admitir que soy presuntuosa. Ahora bien, no tengo muy buen carácter, y te aseguro que nadie me regaña y me critica tanto como yo misma. Entonces, si mamá agrega a ello sus buenos consejos, las prédicas se acumulan y se tornan a tal punto insoportables, que, desesperando de no poder nunca salir de eso, me vuelvo insolente y me pongo a contradecirla. Y, por último, recurro al mismo estribillo: «¡Nadie intenta comprenderme!». Esta idea está anclada en mí y, por discutible que pueda parecer, hay a pesar de todo una brizna de verdad en esto también. Las acusaciones que me dirijo a mi misma cobran a menudo tales proporciones, que siento sed de una voz reconfortante que se interese un poco por lo que pasa en mí. ¡Ay! Por mucho que busque, todavía no he encontrado esa voz. Yo sé que esto te hace pensar en Peter, ¿verdad, Kitty? De acuerdo. Peter me quiere. No como enamorado, sino como amigo. Su devoción aumenta con los días. Sin embargo, no comprendo qué nos detiene a los dos; hay algo misterioso que nos separa. A veces pienso que el deseo irresistible que me impelía hacia él era exagerado, pero eso no puede ser verdad: porque si me ocurre no reunirme con él por dos días seguidos, mi deseo se vuelve más fuerte que nunca... Peter es bueno y amable, mas no puedo negar que me decepciona en muchas cosas. Le reprocho, sobre todo, que reniegue de su religión; sus conversaciones sobre la alimentación y otras cosas que me desagradan han revelado varias divergencias entre nosotros. Pero sigo persuadida de que mantendremos nuestro propósito de no regañar nunca. A Peter le gusta la paz, es tolerante y muy indulgente. No permitiría a su madre que le dijera todas las cosas que acepta de mí, y hace denodados esfuerzos por mantener sus cosas en orden. Sin embargo, continúa guardando para sí sus sentimientos más íntimos ¿Por qué nunca me deja entreverlos? Su naturaleza es mucho más cerrada que la mía, es verdad, pero hasta las naturalezas más reacias sienten en un momento dado la necesidad irresistible de liberarse, tanto y más que las otras, que yo he experimentado. Ambos hemos pasado en el anexo los años en que uno se forma: hablamos y volvemos a hablar siempre del porvenir, del pasado y del presente, pero, como y te dije, parecía faltarme lo esencial, y sé que está ahí. Tuya, ANA Jueves 15 de junio de 1944 Querida Kitty: Es posible que sea la nostalgia del aire libre, después de estar privada de él por tanto tiempo, pero añoro más que nunca a la naturaleza. Recuerdo todavía muy bien que antes nunca me sentí tan fascinada por un cielo azul deslumbrante, por el canto de los pájaros, por el claro de luna, por las plantas y las flores. Aquí, he cambiado. El día de Pentecostés, por ejemplo, cuando hacía tanto calor, permanecí despierta hasta las once y media, para mirar completamente sola, por una vez, la luna a través de la ventana abierta. ¡Ay! Este sacrificio no sirvió de nada, pues la luna brillaba con luz demasiado fuerte para que yo me arriesgase a abrir la ventana. En otra ocasión -hace varios meses de eso- había subido por casualidad al cuarto de los Van Daan una noche en que su ventana estaba abierta. No los dejé antes de que la cerraran. Noche sombría y lluviosa, tormenta y nubes fugitivas. Por primera vez, desde hacía un año, frente a frente con la noche, me hallaba bajo el imperio de su hechizo. Después de eso, mi deseo de revivir un momento semejante sobrepasaba a mi miedo a los ladrones, a las ratas y a la oscuridad. Una vez bajé completamente sola para mirar por la ventana de la oficina privada y por la de la cocina. Muchas personas encuentran bella a la naturaleza; muchos pasan la noche en el campo, quienes están en cárceles y hospitales, aguardan el día en que podrán gozar de nuevo del aire libre, pero hay pocos que están como nosotros; encontrados y aislados con su nostalgia de lo que es accesible tanto a pobres como a ricos. Mirar el cielo, las nubes, la luna y las estrellas me apacigua y me restituye la esperanza; no se trata, en verdad, de imaginación. Es un remedio mucho mejor que la valeriana y el bromuro. La naturaleza me hace humilde y me preparo a soportar todos los golpes con valor. Excepto raras ocasiones, me ha tocado la desdicha de mirar a través de vidrios sucios y visillos cargados de polvo. Mi gozo se desvanece, pues la naturaleza es la única cosa que no tolera ser deformada. Tuya, ANA Viernes 16 de junio de 1944 Querida Kitty: La señora Van Daan está desesperada, y habla de cárcel, de ahorcarse, de suicidio y de meterse una bala en el cráneo. Está celosa porque Peter se confía a mí y no a ella. Se siente humillada porque Dussel no responde suficientemente a sus insinuaciones. Teme que su marido se fume todo el dinero de su abrigo de pieles. Se pasa el tiempo en querellas, insultos, lloriqueos, quejas y risas para volver a las querellas. ¿Qué hacer de una chiflada que gimotea sin cesar? Nadie la toma en serio. No tiene ningún carácter, se queja de todo el mundo, provoca la insolencia de Peter, la irritación del señor Van Daan fastidiado, y el cinismo de mamá. Es una situación lamentable. Sólo resta una cosa por hacer; considerarse a sí mismo con sentido del humor y no reparar en los demás. Parecerá egoísmo, pero es en realidad el único medio de defensa cuando uno no puede confiar sino en sí mismo. Kraler ha sido convocado nuevamente para trabajar la tierra duramente cuatro semanas. Va a tratar de librarse mediante un certificado médico y una carta del negocio. Koophuis está decidido a hacerse operar su úlcera. Ayer, a las once, fueron cortadas las líneas telefónicas particulares. Tuya, ANA Viernes 23 de junio de 1944 Querida Kitty. Nada especial que señalar. Los ingleses han iniciado la gran ofensiva sobre Cherburgo. ¡Pim y Van Daan están seguros de nuestra liberación para antes del 10 de octubre! Los rusos toman)140( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. parte en las operaciones; ayer comenzaron la ofensiva sobre Witebsk, exactamente tres años después del ataque alemán. Ya casi no nos quedan patatas; en lo futuro, las contaremos para que cada uno sepa la parte que le corresponde. Tuya, ANA Martes 27 de junio de 1944 Mi muy querida Kitty: La moral se ha elevado. Todo marcha muy bien. Cherburgo, Witebsk y Slobin han caído hoy. Numerosos prisioneros, gran botín. Los ingleses pueden ahora desembarcar lo que quieran, material y todo. Porque cuentan con un puerto. Tienen todo el Cotentín, tres semanas después de iniciada la invasión. ¡Qué resultado inaudito! Durante las tres semanas que transcurrieron desde el día D no ha habido un solo día sin lluvia o tormenta, tanto aquí como en Francia; sin embargo, esta mala suerte no ha impedido a los ingleses y norteamericanos demostrar su fuerza, ¡y cómo! Aunque la V-2, la famosa arma secreta, haya entrado en acción, ello no significa más que algunos destrozos en Inglaterra y material de propaganda para la prensa nazi. Por lo demás, los nazis temblarán aun más al reparar en que el «peligro bolchevique» no está lejos. Todas las mujeres alemanas de la región costera que no trabajan para la Wehrmacht son evacuadas a Grominga, Fiesland y la Gueldre. Mussert* ha declarado que, en caso de desembarco en nuestra tierra, se pondrá el uniforme de soldado. ¿Va a pelear ese gordiflón? Hubiera podido empezar un poco antes, en Rusia. Finlandia, que había rechazado los ofrecimientos de paz, ha roto de nuevo las conversaciones; tendrán de qué arrepentirse esos idiotas. ¿Cuánto más habremos avanzado para el 27 de julio? Tuya, ANA Viernes 30 de junio de 1944 Querida Kitty: Mal tiempo, y la radio dice: Bad weather at a stretch to the 30th of June**. ¡Qué erudicción! Desde luego, puedo jactarme de mis progresos en inglés; prueba de ello es que estoy leyendo An Ideal Husband con ayuda del diccionario. Noticias excelentes: Bobroisk, Mogilef y Orsja han caído. Muchos prisioneros. En casa, las cosas están all right, la moral sensiblemente mejor. Nuestros optimistas a ultranza triunfan. Elli ha cambiado de peinado. Miep tiene una semana de licencia. Esas son las últimas novedades. Tuya, ANA Jueves 6 de julio de 1944 Querida Kitty. Se me oprime cl corazón cuando Peter dice que más tarde podría muy bien hacerse malhechor o lanzarse a la especulación. Aunque sepa que bromea no por eso dejo de tener la impresión de que le asusta su propia debilidad de carácter. Tanto Margot como Peter me repiten siempre: «¡Ah, si pudiera ser tan fuerte y *Mussert era el líder del Movimiento Nacional Socialista Holandés. (N. del T.). **Se anuncia mal tiempo hasta el 30 de junio. (N.del T.) valerosa como tú, tan perseverante! ¡Si tuviera tu energía tenaz!...... Me pregunto si no dejarse influir es de veras una cualidad. Sigo casi siempre el camino de mi propia conciencia; quién sabe si tengo razón. En realidad, me cuesta comprender al que dice: «Soy débil», y sigue siéndolo. Ya que tiene conciencia de ello, ¿por qué no remontar la corriente y enmendar el propio carácter? A esto Peter replica... «Porque es mucho más fácil», lo que me desalienta un poco. ¿Fácil? ¿Quiero decir que una vida perezosa y deshonesta equivale entonces a una vida fácil? No. Me niego a creerlo; no es posible dejarse seducir tan pronto por la debilidad y... el dinero. He meditado largamente sobre la forma de responderle e incitarlo a tener confianza en sí mismo, sobre todo a enmendarse; pero ignoro si mi razonamiento es justo. Imaginaba que poseer la confianza de alguien era maravilloso, y ahora que lo he conseguido, empiezo a ver todo lo difícil que es identificarse con el pensamiento del otro, hallar la palabra cabal para responderle. Tanto más cuanto que los conceptos «fácil» y «dinero» son para mí nuevos y totalmente extraños. Peter comienza a depender, poco más o menos de mí, y yo no lo admitiré, sean cuales fueren las circunstancias. Una persona como Peter encuentra difícil sostenerse sobre sus propias piernas, pero aún resulta más difícil hacerlo cuando se es un hombre consciente en la vida. Como tal, es doblemente arduo seguir firmemente una ruta a través del mar de los problemas, sin dejar de ser recto y perseverante. Eso me vuelve cavilosa; durante días enteros, busco y rebusco un medio radical de curarlo de esa palabra terrible: «fácil». Lo que le parece tan fácil y tan hermoso lo arrastrará a un abismo donde no hay amigos ni apoyo, ni nada que se vincule a la belleza; un abismo del que es casi imposible salir. ¿Cómo hacérselo comprender? Todos vivimos sin saber por qué ni con qué norte, y siempre buscamos la felicidad; vivimos todos juntos y cada cual de manera diferente. Los tres fuimos educados en un buen ambiente, estamos capacitados para el estudio, tenemos la posibilidad de realizar algo, y muchas razones para esperar la felicidad, pero debemos hacer algo para alcanzarla. Realizar una cosa fácil no demanda ningún esfuerzo. Hay que practicar el bien y trabajar para merecer la dicha, y no se llega a ella a través de la especulación y la pereza. La pereza seduce, el trabajo satisface. No comprendo a las personas que desdeñan el trabajo, aunque no es el caso de Peter; lo que le falta es un objetivo determinado; se considera poco listo y demasiado mediocre para llegar a un resultado. ¡Pobre muchacho! Nunca ha sabido lo que es hacer a los demás felices, y eso yo no puedo enseñárselo. No tiene religión, se burla de Jesucristo, y blasfema usando el nombre de Dios; tampoco yo soy ortodoxa, pero me entristece su desdén, su soledad y su pobreza de alma. Pueden regocijarse quienes tienen una religión, pues no le es dado a todo el mundo creer en lo celestial. Ni siquiera es necesario temer el castigo, después de la muerte; no todos creen en el purgatorio, el infierno y el cielo, pero una religión, sea cual fuere, mantiene a los hombres en el camino recto. El temor a Dios otorga la estimación del propio honor, de la propia conciencia. ¡Qué hermosa sería toda la humanidad, y qué buena, si, por la noche, antes de dormirse, cada cual evocase cuanto le ocurrió durante el día, y todo lo que hizo, llevando cuenta del bien y del mal en su línea de conducta! Inconscientemente y sin titubeos, las personas se esforzarían por enmendarse, y es probable que después de algún tiempo se hallarán frente a un buen resultado. Todo el mundo puede probar este simple recurso, que no cuesta nada y que indudablemente sirve para algo. «En una conciencia tranquila es donde radica nuestra fuerza». El que lo ignore puede aprenderlo y hacer la prueba. El apoderado, M.B., ha vuelto del campo con una cantidad enorme de fresas, polvorientas, llenas de arena, pero fresas al fin. No menos de veinticuatro cajitas para la oficina y para nosotros. Inmediatamente nos pusimos a la tarea y la misma noche tuvimos la satisfacción de contar con seis vasijas de conservas y ocho tarros de confitura. A la mañana siguiente, Miep propuso que preparásemos la confitura para los de la oficina. A las doce y media, como el campo estaba libre en toda la casa y la puerta de entrada cerrada, subimos el resto de las cajitas. En la escalera, desfile de papá, Peter y Van Daan. A la pequeña Ana le tocó ocuparse del calentador del baño y del agua caliente. A Margot, buscar las vasijas. ¡Toda la tripulación actuando! Yo me sentía desplazada en esa cocina de la oficina, llena hasta reventar, y ello en pleno día, con Miep, Elli, Koophuis, Henk y papá. Hubiérase dicho la quinta columna del reaprovisionamiento. Evidentemente, los visillos de las ventanas nos aíslan pero nuestras voces y las puertas que golpean me ponen la carne de gallina. Se me ocurrió pensar que ya no estábamos escondidos. Es extraña la sensación de que tengo derecho a salir. Llenar la cacerola, a subirla enseguida... En nuestra cocina, el resto de la familia se halla alrededor de la mesa limpiando fresas, llevándose más a la boca que a las vasijas. No se tardó en reclamar otra vasija, y Peter fue a buscar una a la cocina de abajo... desde donde oyó llamar dos veces; dejando el recipiente, se precipitó detrás de la puerta-armario, cerrándolo con sumo cuidado. Todos estábamos impacientes ante los grifos cerrados y las fresas por lavar, pero había que respetar la consigna: «En caso de que hubiera alguien en la casa, cerrar todos los grifos para evitar el ruido del paso del agua por las cañerías». Henk llegó a la una y nos dijo que era el cartero. Peter volvió a bajar... para oír el timbre una vez más y para girar de nuevo sobre sus talones. Yo me puse a escuchar, primero junto a la puerta-armario; luego, despacio, avancé hasta la escalera. Peter se unió a mí, y nos inclinamos sobre la balaustrada como dos ladrones, para oír las voces familiares de los nuestros. Peter bajó algunos peldaños, y llamó: -Elli... Ninguna respuesta... Otra vez: -Elli... El estrépito de la cocina dominaba la voz de Peter. De un salto, echó a correr hacia abajo. Con los nervios en tensión, me quedo en el lugar, y oigo: -Márchate, Peter. Ha venido el contador. No puedes quedarte aquí. Era la voz de Koophuis. Peter vuelve suspirando, y cerramos la puerta-armario. A la una y media, Kraler aparece por casa, exclamando: -¡Caramba! Por donde paso no veo más que fresas: fresas para el desayuno, Henk come fresas, ¡huelo fresas en cualquier sitio! Vengo aquí para librarme de esos granos rojos, ¡y ustedes los están lavando! El resto de las fresas se puso en conserva. Esa misma noche, las tapas de dos vasijas habían saltado; papá hizo enseguida mermelada de su contenido. En la mañana siguiente, otras dos vasijas abiertas, y por la tarde, cuatro, pues Van Daan no las había esterilizado convenientemente. Y papá hace mermelada todas las noches. Comemos la avena con fresas, el yogur con fresas, el pan con fresas; fresas de postre, fresas con azúcar y fresas con arena. Durante dos días, es el vals de las fresas. Enseguida se acabó la reserva, salvo la de los tarros puesto bajo llave
-Ven a ver, Ana -me llamó Margot
-. El verdulero de la esquina nos ha enviado guisantes frescos. Nueve kilos.
-¡Qué amable ha sido!
- respondí. Muy amable, sí, pero la tarea de desgranarlos... ¡Puah!
-Todo el mundo a la tarea mañana por la mañana, para desgranar los guisantes
-anunció mamá. En efecto, a la mañana siguiente la gran cacerola de hierro enlozado apareció sobre la mesa después del desayuno, para no tardar en llenarse de guisantes hasta el borde. Desvainarlos es una tarea fastidiosa, y es más bien un arte desprender la piel interior de la vaina; pocas personas conocen las delicias de la vaina de los guisantes una vez desprovista de su piel. El sabor no lo es todo; la enorme ventaja es que se obtiene un volumen mayor. Quitar esta piel interior es un trabajito muy preciso y minucioso, indicado quizá para los dentistas pedantes y los burócratas meticulosos; para una impaciente como yo, es un suplicio. Comenzamos a las nueve y media; a las diez y media, me levanto; a las once y media, vuelvo a sentarme. Me zumban los oídos: quebrar las puntas, sacar los hilos, quitar la piel y separarla de la vaina, etc. La cabeza me da vueltas. Verdor, verdor, gusanito, hilito, vaina, vaina podrida, vaina verde, verde, verde. Se transforma en una obsesión. Hay que hacer algo. Y me pongo a hablar aturdidamente de todas las tonterías imaginables, hago reír a todo el mundo, o los aburro enormemente. Con cada hilo que quito más me convenzo de que no quiero ser tan solo una simple ama de casa. A mediodía almorzamos por fin, pero después a reanudar la tarea, hasta la una y cuarto. Al terminar, tengo una especie de mareo; los otros también, poco más o menos. Dormí hasta las cuatro, y me siento todavía embrutecida por esos detestables guisantes. Tuya, ANA Sábado 15 de julio de 1944 Querida Kitty: Hemos leído un libro de la biblioteca con el título provocativo. ¿qué piensa usted de la muchacha moderna? Me gustaría hablarte del tema. La autora (porque es una mujer) critica a fondo a la «juventud de hoy», aunque sin desaprobarla por completo, pues no dice, por ejemplo, que no sirve para nada. Al contrario, es más bien de la opinión de que, si la juventud quisiera, podría ayudar a construir un mundo mejor y más bello, puesto que dispone de los medios; sin embargo, prefiere ocuparse de cosas superficiales, sin mirar lo que es esencialmente hermoso. Ciertos párrafos me dan la fuerte impresión de que soy atacada personalmente por la autora, y por eso quiero defenderme, abriéndome a ti. El rasgo más acusado de mi carácter -así lo admitirán quienes mejor me conocen- es el conocimiento de mí misma. Puedo mirar todos mis actos como los de una extraña. Me encuentro, delante de esta Ana de todos los días, sin ánimo preconcebido y sin querer disculparla de ninguna manera, con el fin de observar si lo que ella hace está bien o mal. Esta «conciencia de mí misma» no me abandona nunca; no puedo pronunciar nada sin que acuda a mi espíritu: «Hubiera debido decir esto otro» o: «Eso es, está bien». Me acuso de cosas innumerables, y, de más en más, estoy convencida de la verdad de esta frase de papá: «Todo niño debe educarse a sí mismo». Los padres sólo pueden aconsejarnos e indicarnos el camino a seguir, pero la formación esencial de nuestro carácter se halla en nuestras propias manos. Añade a eso que enfrento con extraordinario valor mi vida, me siento siempre muy fuerte, muy dispuesta a enfrentar lo que sea, ¡y me siento muy libre y muy joven! Cuando me percaté de. esto por primera vez, me sentí gozosa, porque me parece que no me doblegaré fácilmente bajo los golpes de los que, nadie, desde luego, escapa. Pero de esas cosas ya te he hablado varias veces. Preferiría detenerme en el capitulo «Papá y mamá no me comprenden». Mis padres me han mimado siempre, me han tratado con mucha amabilidad, siempre han tomado mi defensa y han hecho cuanto estaba en sus manos por ser buenos. Sin embargo, me he sentido terriblemente sola durante mucho tiempo; sola, excluida, abandonada e incomprendida. Papá ha hecho todo lo posible por atemperar mi rebeldía., pero ello no ha servido de nada; me he curado yo misma, reconociendo mis errores y sacando de ellos una enseñanza. ¿Cómo es posible que, en mi lucha, papá nunca haya logrado ser para mí un apoyo y que, aún tendiéndome una mano de auxilio, no haya acertado? Papá no ha recapacitado bien: siempre me ha tratado como a una niña que pasa por la edad ingrata. Eso parece extraño, porque él es el único que siempre me ha acordado su confianza, y el único también que me ha hecho sentir que soy razonable. Lo que no impide que haya descuidado una cosa: mis luchas por remontar la corriente -eran infinitamente más importantes para mí que todo el resto-, y en eso no pensó. Yo no quería oír hablar de «edad ingrata», de «otras muchachas» y de que «eso pasará»; no quería ser tratada como una-muchacha-igual-que-las-otras, sino única y exclusivamente como Ana-tal-cual-es. Pim no comprende eso. Por otra parte, yo sería incapaz de confiarme a alguien que no me lo dijese todo de sí mismo, y como sé demasiado poco de Pim, me es imposible aventurarme completamente sola en el camino de la intimidad. Pim se sitúa siempre en el punto de vista del padre, persona de más edad, conocedor de esta clase de inclinaciones porque ya pasó por ellas y juzgándolas, en consecuencia, triviales; de suerte que es incapaz de compartir mi amistad, aun cuando la busque con todas sus fuerzas. Todo eso me ha llevado a la conclusión de no hacer participe a nadie, si no es a mi diario, y rara vez a Margot, de mi concepto de la vida y de mis teorías tan meditadas. Todo cuanto me conmovía, se lo he ocultado a papá; nunca compartí con él mis ideales, y me aparté voluntariamente de él. No he podido obrar de otro modo; me he dejado guiar enteramente por mis sentimientos, y he obrado de acuerdo con mi conciencia para encontrar el reposo. Porque he construido mi tranquilidad y mi equilibrio sobre una base inestable, y los perdería por completo si tuviese que soportar críticas sobre esta obra aún inacabada. Por duro que eso pueda parecer, ni a Pim le permitiría inmiscuirse, pues no solamente no le he dejado tomar parte alguna en mi vida interior, sino que a menudo lo enfado con mi irritabilidad, alejándolo de mí todavía más. Eso me hace meditar mucho: ¿cómo es que Pim me fastidia a ese extremo? No aprendo casi nada estudiando con él, y sus caricias me parecen afectadas; querría estar tranquila y querría sobre todo que me dejase un poco en paz..., hasta el día en que vea ante él a una Ana mayor, más segura de sí misma. ¿Es ésa la razón? Porque el recuerdo de su reproche sobre mi terrible carta me sigue doliendo. Es que resulta muy difícil ser verdaderamente fuerte y valeroso desde todos los puntos de vista. Sin embargo, no es ésa mi mayor decepción. No. Peter me preocupa mucho más que papá. Me hago bien cargo de que soy yo quien le ha conquistado, y no viceversa: lo idealicé, viéndole apartado, sensible y amable, como un muchacho que necesitaba cariño y amistad. Había llegado al punto en que me era necesario alguien a quien confiar mis sentimientos, un amigo que me señalase el camino que debía seguir, y, atrayéndole lenta pero seguramente hacia mí, lo conquisté, aunque con dificultad. Por fin, después de haber obtenido su amistad, hemos llegado a una intimidad que, bien pensada, ahora me parece inadmisible. Hemos hablado de las cosas más secretas, pero, hasta aquí, hemos callado en cuanto a lo que colmaba y sigue colmando mi corazón. Continúo sin forjarme una idea exacta de Peter. ¿Es superficial? ¿O lo frena su timidez, incluso conmigo? Pero, abstracción hecha de eso, he cometido un grave error: alejé todas las otras posibilidades de asegurar nuestra amistad al aproximarme a él mediante esas relaciones íntimas. El no desea más que amar, y yo le gusto cada día más; de eso me he dado bien cuenta. En cuanto a él, nuestros encuentros le bastan; mientras que a mí me producen el efecto de un nuevo esfuerzo que obliga a volver a empezar cada vez, sin, a pesar de todo, poder decidirme a abordar los temas que tanto me agradaría poner en claro. He atraído a Peter a la fuerza, mucho más de lo que él pueda sospechar. Ahora bien, él se aferra a mí, y yo aún no he hallado la forma de que él pise con sus propios pies. Después de haberme percatado - bastante rápidamente, desde luego- de que no podía ser el amigo copartícipe de mis pensamientos, no he cesado de aspirar a elevarlo por sobre su horizonte limitado y a magnificarlo en su juventud. «Porque, en el fondo, la juventud es más solidaria que la vejez». Esta frase, leída en ya no recuerdo qué libro, se me ha quedado grabada, porque la encuentro justa. ¿Es posible que nuestra permanencia aquí resulte más difícil a los mayores que a los jóvenes? No. Indudablemente, eso no es verdad. Las personas adultas ya se han formado una opinión sobre todo, y no suelen vacilar ante sus actos en la vida. Nosotros los jóvenes tenemos que hacer doble esfuerzo para mantener nuestras opiniones, en esta época en que todo idealismo ha sido aplastado y destruido, en que los hombres revelan su lado peor, en que la verdad, el derecho y Dios son puestos en duda. Quien pretende que los mayores del anexo afrontan una vida mucho más difícil, no comprende sin duda hasta qué punto nosotros somos asaltados por nuestros problemas... problemas para los cuales acaso somos demasiado jóvenes, pero que no dejan de imponérsenos; hasta que tras largo tiempo, creemos haber hallado la solución, generalmente una solución que no parece resistir a los hechos, pues éstos terminan por destruirla. He ahí la dureza de esta época. tan pronto como los idealismos, los sueños, las bellas esperanzas han tenido tiempo de germinar en nosotros, son súbitamente atacados y del todo devastados por el espanto de la realidad. Asombra que yo no haya abandonado aún todas mis esperanzas, puesto que parecen absurdas e irrealizables. Sin embargo, me aferro a ellas, a pesar de todo, porque sigo creyendo en la bondad innata del hombre. Me es absolutamente imposible construirlo todo sobre una base de muerte, miseria y confusión. Veo el mundo progresivamente transformado en desierto; oigo, cada vez más fuerte, el fragor del trueno que se acerca, y que anuncia tal vez nuestra muerte; me compadezco del dolor de millones de personas; y, sin embargo, cuando miro el cielo, pienso que todo eso cambiará y que todo volverá a ser bueno, que hasta estos días despiadados tendrán fin, y que el mundo conocerá de nuevo el orden, el reposo y la paz. Mientras lo espero, pongo mis pensamientos al abrigo y velo por ellos, para el caso de que, en los tiempos venideros, puedan todavía realizarse. Hay cada vez más razones para confiar. Esto marcha. ¡Sí, verdaderamente, marcha muy bien! ¡Noticias increíbles! Tentativa de asesinato contra Hitler, no por judíos comunistas o por capitalistas ingleses, sino por un general de la nobleza germánica, un conde, y joven, por añadidura. La «Divina Providencia» ha salvado la vida del Führer, que sólo ha tenido que sufrir, y es una lástima, algunos rasguños y quemaduras. Varios oficiales y generales de su séquito han muerto o quedado heridos. El culpable principal ha sido ejecutado. Una buena prueba, ¿eh?, de que muchos oficiales y generales están cansados de la guerra y verían con alegría y voluptuosidad a Hitler descender a los abismos más profundos. Tras la muerte de Hitler, los alemanes aspirarían a establecer una dictadura militar, un medio, según ellos, de concluir la paz con los aliados, y que les permitiría rearmarse y recomenzar la guerra veinte años después. Quizá la Providencia haya ex profeso retardado un poco la muerte de Hitler, pues será mucho más fácil para los aliados, y más ventajoso también, si los germanos puros, y sin tacha se encargan ellos mismos de matarse entre sí; menos trabajo para los rusos y los ingleses, que podrán proceder con mayor rapidez a la reconstrucción de sus propias ciudades. Pero aún no hemos llegado a eso. ¡Cuidado con anticiparse! Sin embargo, lo que arriesgo, ¿no es una realidad tangible? Por excepción, no estoy en vena de divagar a propósito de idealismos imposibles. Hitler tuvo nuevamente la amabilidad de hablar a su pueblo fiel y abnegado, diciéndole que a partir de hoy todos los militares deberán obedecer a la Gestapo; además todo soldado que sepa que uno de sus superiores tuvo algo que ver con este atentado degradante y cobarde, tiene el derecho de meterle una bala en el cuerpo sin otra forma de proceso. Va a resultar muy lindo. A Hans le duelen los pies tras una marcha demasiado larga, y su oficial lo reprende. Hans agarra su fusil y grita: «¡Eres tú quien ha querido asesinar al Führer! ¡Cochino! ¡Toma tu recompensa!». ¡Pum! Y el orgulloso jefe que tuvo la audacia de reconvenir al pequeño Hans ha desaparecido para siempre en la vida eterna (o en la muerte eterna). ¿De qué manera quieres que esto termine? Los señores oficiales van a cagarse en sus calzoncillos de miedo cada vez que encuentren a un soldado o tomen un comando, y que sus presuntos inferiores tengan la audacia de gritar más fuerte que ellos. ¿Me entiendes, o es que yo he perdido el seso? No puedo remediarlo. Me siento demasiado alegre para ser lógica, demasiado contenta con la expectativa de poder sentarme de nuevo, en octubre, en los bancos de la escuela. ¡Oh, oh! ¿No he dicho hace un instante que no hay que anticiparse nunca? ¡Perdón, perdón! No por nada me llaman «un amasijo de contradicciones».

Tuya,
ANA

Lunes 9 de agosto de 1943

Querida Kitty:
Continúo describiendo las actividades del anexo. Es la hora de cenar. A la cabeza, el señor Van Daan, que es el primero en servirse, y abundantemente, de todo lo que le gusta. Ello no le impide dirigir resueltamente la conversación y dar su opinión, que es ley. ¡Pobre de quien se atreva a contradecirlo! Porque sabe resoplar como un gato enfurecido... ¿Qué quieres?, a mí me agrada tanto callarme... Está absolutamente seguro de sus opiniones y persuadido de que es infalible. Es verdad que se trata de un hombre inteligente, pero ésa no es razón para tanta suficiencia y presunción. Su fatuidad resulta intolerable. La señora: Mejor sería que me callara. Ciertos días, cuando está de mal humor, desearía muchísimo no verla. Bien pensado, ella es la causa de todas las disputas. ¡No cabe duda! Cada uno de nosotros evita con todo cuidado incurrir en su enojo. Pero podríamos apodarla la provocadora. Cuando puede provocar, está en su elemento: malquistar a Ana con la señora Frank, malquistar a Margot con papá..., aunque esto es menos fácil. No exhiben puntos débiles. En la mesa, jamás se priva de nada, aunque ella, más de una vez, se imagine lo contrario. Las papas más chicas, los mejores trozos, lo más selecto de todo; «elegir» es la divisa de la señora; los otros tendrán que esperar hasta que ella haya encontrado lo que desea. Y habla que habla. Que la escuchen o no, que nos interese o no lo que cuenta, la tiene sin cuidado. No caben dudas de que piensa. «Lo que yo tengo que decir es lo más importante del día...... Y con una sonrisa coqueta y pretendiendo saber de todo, se esmera con el uno y el otro, dándole buenos consejos... Todo eso puede causar buena impresión. Pero, quien la conoce mejor no se engaña. En suma: es activa, jovial, en caso de buen humor, coqueta, a veces, hasta linda. He ahí a Petronella van Daan. El tercer invitado: No se destaca. El señor Van Daan hijo es taciturno y apagado la mayor parte del tiempo. En cuanto a su apetito, devora al estilo de los miembros de su familia y nunca está satisfecho. Después de una comida de las más sustanciosas, declara con mucha calma que podría comer aún el doble. Margot, cuarta invitada: Come como un pajarito y no habla en absoluto. No tiene apetito sino para las verduras y las frutas. Los Van Daan opinan que se la ha mimado demasiado. En nuestra opinión, su mal apetito proviene de la falta de aire y de movimiento. Mamá, quinta invitada: Gran conversadora, excelente apetito. Nunca se la tomaría por la dueña de casa, como la señora Van Daan. ¿Por qué? Pues porque la señora se ocupa de la cocina, en tanto que mamá limpia las cacerolas, lava, plancha y asea. Número 6 y 7: No me extenderé en lo que se refiere a papá y a mi misma. Pim es el más discreto de todos. Cuida primero de que cada uno se haya servido. El no necesita nada. Todo lo que es bueno, lo destina a los niños. He ahí la bondad personificada... y, a su lado, el incurable manojo de nervios del anexo secreto. Dr. Dussel. Se sirve, no mira a su alrededor, come, no habla... Absorbe cantidades enormes y, sea bueno o malo, nunca dice que no. El pantalón le llega hasta el pecho; lleva una chaqueta roja, zapatillas negras y gafas de carey. Con esta indumentaria puede vérsele trabajar en la mesita, trabajar siempre, con la única interrupción de su pequeña siesta al mediodía, sus comidas, etc.; su lugar predilecto.... el W.C. Tres, cuatro, cinco veces al día. Si alguien se impacienta frente a la puerta del retrete, apretando los puños y saltando sobre un pie, primero, sobre el otro, después, ¿crees que hace algún caso? ¡Le importa un comino! De las 17.15 a las 7.30, de 12.30 a 1, de 2 a 2.15, de 6 a 6.15 y de11.30 a medianoche. No se necesita reloj: son sus «sesiones» a hora fija. El las observa estrictamente, y no se preocupa para nada de las súplicas del otro lado de la puerta, que anuncian un desastre inminente. Número 9: No pertenece a los miembros de la gran familia, pero se cuenta entre los invitados. Elli tiene muy buen apetito. No deja nada, no es remilgada. La menor cosa le agrada, con gran satisfacción también de nuestra parte. Siempre de buen humor, servicial, buena. En suma: llena de virtudes.

Tuya,
ANA

Martes 15 de junio de 1943

Querida Kitty:
Siempre tengo muchas cosas que contarte, pero a menudo las paso por alto, por no juzgarlas suficientemente interesantes y, asimismo, por miedo de aburrirte con demasiadas cartas. He aquí las últimas novedades. Seré breve. No han operado la úlcera del señor Voseen. En la mesa de operaciones el cirujano comprobó que había un cáncer demasiado avanzado para extirparlo. Volvió a cerrar y lo mantuvo en el hospital durante tres semanas, alimentándole bien, antes de mandarlo a su casa. Lo compadezco profundamente y, si pudiera salir, no habría dejado de ir a verlo a menudo, para distraerlo. ¡Cómo extrañamos al bueno de Vossen, que nos tenía tan al corriente de todo cuanto sucede y se dice en el depósito, prestándonos ayuda y alentándonos! ¡Pobre amigo! ¡Qué desgracia! El mes próximo habrá que ceder el aparato de radio. Los alemanes los requisan todos. El señor Koophuis está obligado a entregar el suyo a las autoridades. Pero nuestro protector ha comprado en el mercado negro un aparato Baby, que reemplazará al gran receptor Philips. Es una lástima tener que desprenderse de una radio tan buena, pero una casa que sirve de escondite no puede permitirse atraer la atención de las autoridades con una irregularidad. Vamos a colocar aquí el receptor Baby; un receptor clandestino, en casa de judíos clandestinos que compran en el mercado negro con dinero clandestino. Todo el mundo se esfuerza por conseguir un viejo receptor para entregar a las autoridades en lugar del que ellos reclaman. Cuanto peores son las noticias, más la voz maravillosa de las transmisiones de ultramar significa para todos ese alentador «¡Animo, arriba el corazón, volverán tiempos mejores!» del cual no podemos prescindir.

Tuya,
ANA

Martes 27 de abril de 1943

Querida Kitty:
Las disputas hacen retumbar toda la casa. Mamá contra mí, los Van Daan contra papá, la señora contra mamá. Todo el mundo está encolerizado. ¿Nos divertimos, eh? Los innumerables pecados de Ana han sido puestos de nuevo sobre el tapete en toda su amplitud. El señor Vossen está en el hospital. El señor Koophuis se ha restablecido más pronto de lo que se creía, pues, por esta vez la hemorragia pudo combatirse fácilmente. Nos contó que el Registro Civil fue tan bien tratado por los bomberos, que no solamente extinguieron las llamas, sino que, además, dejaron todo el interior bajo agua. Eso me alegra. El Carton Hotel está en ruinas; dos aviones ingleses, con un pesado cargamento de bombas incendiarias, atacaron el Offiziersheim* pegando fuego a todo el inmueble de la esquina. Se acabó el descanso por la noche; tengo unas ojeras enormes por falta de sueño. Nuestra alimentación es abominable. Desayuno: pan duro y sucedáneo de café. Comida: espinaca o)46( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. lechugas, desde hace quince días. Las patatas, de 30 centímetros de largo, son dulzonas y saben a podrido. ¡Quienes deseen adelgazar no tienen más que hacerse pensionistas del anexo! Nuestros vecinos no dejan de lamentarse, pero nosotros tomamos la situación no tan a lo trágico. Todos los hombres que hayan sido movilizados o que hayan combatido en 1940 son llamados con el fin de trabajar para der Führer como prisioneros de guerra. ¡Una medida más, sin duda, contra la invasión!

Tuya,
ANA

Domingo 13 de diciembre de 1942

Querida Kitty:
Estoy cómodamente instalada en la oficina del frente, y puedo mirar hacia afuera por la rendija de la espesa cortina. Aunque ya está anocheciendo, tengo todavía bastante luz para escribirte. Resulta extraño ver pasar a la gente. Me parece que todos tienen prisa y que a cada instante van a chocar contra sus propios pies. En cuanto a los ciclistas, a la velocidad que van ni siquiera puedo distinguir si son hombres o mujeres. La gente de este barrio es típicamente popular y en su mayor parte se ve pobre, en especial los niños, que están muy sucios: no los tocaría ni con pinzas. Verdaderos hijos del arrabal, con la nariz siempre chorreante; hablan una jerga apenas compresible. Ayer en la tarde, cuando Margot y yo tomamos aquí nuestro baño, le dije: -Si pudiéramos atrapar a esos chicos que pasan por aquí, uno detrás de otro, darles un baño, lavarlos, cepillarlos, zurcirles la ropa y dejarlos enseguida... Margot me interrumpió: -Los verías mañana lo mismo de sucios, y con idénticos harapos. Pero digo tonterías, hay otras cosas que ver: autos, barcos y la lluvia. Me gusta, en particular, escuchar el rechinar del tranvía al pasar frente a la casa. Nuestros pensamientos varían tan poco como nosotros mismos. Forman un círculo perpetuo, que va de los judíos a los alemanes, y de los alimentos a la política. Entre paréntesis, hablando de judíos, ayer, por entre las cortinas, vi pasar a dos: yo estaba muy triste, tenía la sensación de traicionar a esa gente y de espiar su desgracia. Exactamente delante de nosotros hay una barca habitada por un barquero y su familia, con su perrito: no conocemos del perro más que sus ladridos y su colita enroscada, que divisamos sobresaliendo de la borda, cuando él da vueltas por el desembarcadero. Ahora que la lluvia persiste, la mayoría de la gente anda oculta bajo su paraguas. No veo más que impermeables, y a veces una nuca debajo de una gorra. Casi no vale la pena mirar a nadie. Ya he visto bastante a esas mujeres abotargadas por las papas, vestidas con un abrigo verde o rojo, los tacones gastados, la bolsa al brazo. Algunas tienen el rostro bondadoso, otras se muestran ceñudas, lo cual depende del humor de sus maridos.

Tuya,
ANA

Jueves 19 de noviembre de 1942

Querida Kitty:
No nos hemos engañado con Dussel. Es persona muy agradable. Por supuesto, estuvo de acuerdo en compartir conmigo el pequeño dormitorio; a decir verdad, no me entusiasma demasiado convivir de esa manera con un extraño, pero es menester que cada uno haga lo suyo, y yo soporto de buena gana este pequeño sacrificio. «Todas esas cosas carecen de importancia cuando podemos salvar a alguien», dice papá, con razón. Desde el primer día, Dussel me ha pedido toda clase de informaciones, tales como: a qué hora venía la sirvienta, cómo nos arreglábamos para el baño, y las horas de acceso al W.C. No hay por qué reírse: todo eso no es simple en un escondite. Durante el día se trata de no llamar la atención, con el fin de evitar que nos oigan desde la oficina, sobre todo si hay alguien de afuera, como la mujer que hace la limpieza: en tal caso, todas las precauciones son pocas. Yo se lo he explicado todo lo más claramente posible, pero -curiosamente- es un poco lento de comprensión; repite cada pregunta dos veces, y no retiene las respuestas. Confío en que eso pasará. Probablemente aún no se ha amoldado a un cambio tan brusco. Por lo demás, parece que las cosas marchan. Dussel tenía mucho que contarnos sobre el mundo exterior, del que nosotros no formamos parte desde hace tanto tiempo. Sus relatos son tristes. Muchos amigos han desaparecido, y su destino nos hace temblar. No hay noche en que los coches militares verdes o grises no recorran la ciudad; los alemanes llaman a todas las puertas para dar caza a los judíos. Si los encuentran, embarcan inmediatamente a toda la familia; si no, llaman a la puerta siguiente. Los que no se ocultan, no escapan a su suerte. En ocasiones, los alemanes se dedican a eso sistemáticamente, lista en mano, golpeando a las puertas tras las cuales, piensan, les aguarda un rico botín. A veces se les paga un rescate, a tanto por cabeza, como en los mercados de esclavos de antaño. Es demasiado trágico para que tú lo tomes a broma. Por la noche, veo a menudo desfilar a esas caravanas de inocentes, con sus hijos llorando, arrastrados por algunos brutos que los azotan y los torturan hasta hacerlos caer. No respetan a nadie, ni a los viejos, ni a las criaturas, ni a las mujeres embarazadas, ni a los enfermos: todos deben tomar parte en esa ronda de la muerte. ¡Qué bien estamos nosotros aquí, al abrigo y en calma! Podríamos cerrar los ojos ante toda esa miseria, pero pensamos en los que nos eran queridos, y para los cuales tememos lo peor, sin poder socorrerlos. En mi casa, bien abrigada, me siento menos que nada cuando pienso en las amigas que más quería, arrancadas de sus hogares y caídas en ese infierno. Me da miedo pensar que aquellos que estaban tan próximos a mí se hallen ahora en manos de los verdugos más crueles del mundo. ¡Por la única razón de que son judíos!.

Tuya,
ANA

Lunes 9 de noviembre de 1942

Querida Kitty:
Ayer, Peter cumplió dieciséis años. Recibió regalos preciosos, entre otros un juego de mesa, una máquina para afeitarse y un encendedor. El no fuma, o lo hace raramente, pero eso es elegante. El señor Van Daan nos sorprendió g randemente al anunciarnos, a la una de la tarde, que los ingleses habían desembarcado en Túnez, en Argel, en Casablanca y en Orán. La opinión de todo el mundo fue «Es el principio del fin», pero Churchill, el Primer Ministro inglés, que indudablemente había oído las mismas exclamaciones, dijo: «Este desembarco es un acontecimiento, pero no hay que denominarlo el principio del fin. Yo más bien diría que es el fin del principio». ¿Aprecias la diferencia? No obstante, podemos ser optimistas. Stalingrado, que los alemanes sitian desde hace tres meses, sigue sin caer en sus manos. Para hablar nuevamente del anexo, voy a describirte cómo nos aprovisionamos. Como sabes hay unos glotones en el piso de arriba. El pan nos lo trae un amable panadero que el señor Koophuis conoce bien. No disponemos de tanto como antes en casa, pero es suficiente. Compramos clandestinamente tarjetas de racionamiento, cuyos precios no cesan de subir: de 27 a 33 florines, en el momento actual, ¡por un trozo de papel impreso! Además de nuestras latas de conservas hemos comprado 120 kilos de legumbres secas, que no están destinadas a nosotros solos, sino también al personal de la oficina. Estas legumbres fueron colocadas en bolsas que se colgaron en nuestro pequeño corredor, detrás de la puerta-armario; el peso hizo reventar algunas costuras. Decidimos, pues, alinear nuestras provisiones de invierno en el desván, y confiar a Peter la tarea de subirlas. Cinco de las seis bolsas habían llegado a destino sin inconvenientes, Peter estaba subiendo la sexta, cuando la costura posterior se abrió y dejó caer desde lo alto de la escalera una lluvia, mejor dicho, una granizada de porotos. Como contenía alrededor de 20 kilos, aquella bolsa derramó su contenido con un estrépito de juicio final; en la oficina imaginaban ya que la casa iba a hundirse (afortunadamente, no estaba allí más que el personal de costumbre). Asustado durante un instante, Peter no tardó en echarse a reír al verme al pie de la escalera, tal como una isla engullida por las olas de porotos que me subían hasta los tobillos. nos pusimos a recogerlos, pero los porotos son tan pequeños y tan lisos, que siempre quedan algunos en todos los rincones posibles e imposibles. A raíz de este accidente, ya no pasamos por la escalera sin recuperar con sendas genuflexiones los restos de los porotos, que llevamos a la señora Van Daan. Casi me había olvidado de decirte lo más importante: papá se ha restablecido completamente.

Tuya,
ANA 

P.D. La radio acaba de anunciar que Argel ha caído. ¡Marruecos, Casablanca y Orán están, desde hace algunos días, en manos de los ingleses. Ahora esperamos las noticias de Túnez.

Viernes 9 de octubre de 1942

Querida Kitty:
Hoy no tengo que anunciarte más que noticias tristes y deprimentes. Nuestros muchos amigos judíos son poco a poco embarcados por la Gestapo, que no anda con contemplaciones; son transportados en furgones de ganado a Westerbork, un gran campo para judíos, en Drente. Westerbork debe ser una pesadilla: un solo lavabo cada cien personas, y faltan retretes. La promiscuidad es atroz. Hombres, mujeres y niños duermen juntos. Imposible huir. La mayoría está marcada por el cráneo afeitado, y muchos, además, por su tipo judío. Si eso sucede ya en Holanda, ¿qué será en las regiones lejanas y bárbaras de las que Westerbork no es más que el vestíbulo? Nosotros no ignoramos que esas pobres gentes serán exterminadas. La radio inglesa habla de cámaras de gas. Después)25( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. de todo, quizá sea la mejor manera de morir rápidamente. Eso me tiene enferma. Miep cuenta todos esos horrores de manera tan impresionante, que ella misma se siente convulsionada. Un ejemplo reciente: Miep encontró ante su puerta a una vieja judía paralítica, aguardando a la Gestapo, que había ido a buscar un auto para transportarla. La pobre vieja se moría de miedo a causa de los bombardeos de los aviones ingleses y temblaba viendo los haces luminosos que se cruzaban en el cielo como flechas. Miep no tuvo el valor de hacerla entrar en su propia casa; nadie se hubiera atrevido a hacerlo. Los alemanes castigan tales acciones sin clemencia. Elli también tiene motivo para estar triste: su novio tiene que partir para Alemania. Ella teme que los aviadores que vuelan sobre nuestras casas dejen caer su cargamento de bombas, a menudo de millares de kilos, sobre la cabeza de Dirk. Bromas tales como que «nunca recibirá mil» y «una sola bomba basta», me parecen fuera de lugar. Cierto que Dirk no es el único obligado a partir; todos los días salen trenes atestados de jóvenes de uno y otro sexo destinados al trabajo obligatorio en Alemania. Cuando se detienen en el trayecto, en tal o cual cruce, algunos tratan de escapar o pasar a la clandestinidad; eso resulta a veces, pero en muy pequeña proporción. Aún no he terminado con mi oración fúnebre. ¿Has oído hablar alguna vez de rehenes? Es su último invento para castigar a los saboteadores. La cosa más atroz que pueda imaginarse. Ciudadanos inocentes y absolutamente respetables son arrestados, y aguardan en la cárcel su condena. Si el saboteador no aparece la Gestapo fusila a un número de rehenes sin más rodeos. Los diarios publican a menudo las esquelas mortuorias de esos hombres, ¡bajo el título de accidente fatal! ¡Hermoso pueblo, el alemán! ¿Y pensar que yo pertenecía a él! Pero no, hace mucho tiempo que Hitler nos hizo apátridas. Por lo demás, no hay enemigos más grandes que estos alemanes y los judíos.

Tuya,
ANA

Martes 29 de septiembre de 1942

Querida Kitty:
¡Las personas que viven escondidas pasan por experiencias curiosas! Figúrate que no tenemos bañera, y que nos lavamos en una artesa. Y como hay agua caliente en la oficina (quiero decir en todo el piso inferior), los siete aprovechamos esta ventaja por turno. Pero como somos muy diferentes unos de otros -algunos se han mostrado más pudorosos-, cada miembro de la familia se reserva su rincón personal a guisa de cuarto de baño. Peter se da el suyo en la cocina, a pesar de la puerta vidriera. Cuando piensa bañarse anuncia durante media hora que no habrá que pasar por delante de la cocina. Esta medida le parece suficiente. El señor Van Daan se toma el suyo en la alcoba; la seguridad de lavarse en su cuarto le compensa el fastidio de subir el agua al tercer piso. La señora Van Daan simplemente no se baña por el momento, está esperando hallar el lugar más adecuado. Papá ha elegido la oficina privada como cuarto de baño, y mamá la cocina, detrás de la pantalla de la estufa; Margot y yo nos hemos reservado la oficina de delante. Se bajan las cortinas todos los sábados por la tarde; la que aguarda su turno espía, por una estrecha rendija, a la extraña gente de afuera que va y viene. Desde la semana última, mi cuarto de baño dejó de agradarme, y me puse, pues, a buscar una instalación más cómoda. Peter me dio una buena idea: colocar la tina en el espacioso W.C. de la oficina. Allí puedo sentarme, hasta encender la luz, cerrar la puerta con llave, hacer correr el agua sucia sin ayuda de terceros, y estoy al abrigo de miradas indiscretas. El domingo utilicé por primera vez mi nuevo cuarto de baño y, resulta cómico decirlo, lo juzgo el más práctico de todos. La semana pasada, los plomeros trabajaron en el piso de abajo en la conexión de agua que debía ser llevada del W.C. de las oficinas al corredor. Esta transformación está destinada a impedir que se forme hielo en las cañerías, para el caso de que tengamos un invierno riguroso. Esta visita de los plomeros nos resultaba muy desagradable. No sólo no había que tocar los grifos del agua durante el día, sino que tampoco podíamos usar los W.C. Quizá no sea muy delicado contarte lo que hicimos, pero no soy tan remilgada como para no hacerlo. Desde que nos mudamos al anexo, papá y yo nos procuramos un orinal improvisado, a falta de uno verdadero, sacrificando para ello dos grandes frascos de conserva de vidrio. Durante los trabajos, pusimos y utilizamos los recipientes en la alcoba. Con todo, eso se me antojaba menos horrible que permanecer encerrada en una habitación, inmóvil en una silla, sin poder hablar durante todo el día. No puedes imaginar el suplicio de la señorita Cua-cuá. Ya durante las horas de trabajo no hacemos más que cuchichear; pero no hablar en absoluto y no moverse es cien veces más horrible. Después de tres días de este régimen, me sentía entumecida y tenía el trasero duro y dolorido. Afortunadamente, unos ejercicios físicos antes de acostarme me procuraron un cierto alivio.

Tuya,
ANA

Domingo 27 de septiembre de 1942

Querida Kitty:
Acabo de tener una gran discusión con mamá; lo siento, pero no nos entendemos muy bien. Con Margot tampoco marchan las cosas. Entre nosotros no suelen darse el tipo de estallidos que hay en el piso de arriba, que son bastante desagradables. Estas dos naturalezas, la de mamá y la de Margot, me son totalmente extrañas. En ocasiones comprendo mejor a mis amigas que a mi propia madre. ¡Es una lástima! Discutimos con frecuencia problemas de posguerra; por ejemplo, cómo debe uno dirigirse a los sirvientes. La señora Van Daan está, una vez más, de insoportable humor; es muy caprichosa, y guarda lo suyo bajo llave cada vez con mayor encarnizamiento. Mamá podría responder a la desaparición de un «objeto Frank» con la de un «objeto Van Daan». Así aprendería. Hay personas que se complacen en educar hijos ajenos, además de los propios. Los Van Daan pertenecen a esta categoría. No se ocupan de Margot: ¡ella es la cordura, la delicadeza y la inteligencia personificadas! Pero, al parecer, yo tengo defectos suficientes para las dos. Más de una vez sucede que, a la mesa, vayan y vengan palabras de censura y respuestas insolentes. Papá y mamá me defienden con energía; sin ellos, yo ya habría desistido. Aunque mis padres no cesan de reprocharme mi charla excesiva, recomendándome que no me entrometa en nada y sea más modesta, fracaso con frecuencia. Y si papá no se mostrara tan paciente conmigo, hace tiempo que habría abandonado toda esperanza de satisfacer a mis padres, cuyas exigencias, sin embargo, no son a tal punto difíciles de atender. Si se me ocurre servirme poca verdura, que detesto, y tomar más patatas, los Van Daan, sobre todo la señora, protestan, dicen que he sido demasiado mimada. -Vamos, Ana, sírvete un poco más de verdura.)21( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. -No, señora, gracias -digo yo-; las patatas me bastan. -Las verduras son buenas para la salud. Tu madre lo dice también. Vamos, come un poco más -insiste- ella, hasta que papá interviene para aprobar mi negativa. Entonces, la señora estalla: - ¡Había que ver lo que sucedía en nuestra casa! ¡En nuestra casa, por lo menos, sabíamos educar a los hijos! ¡Llaman ustedes educación a eso! Ana está terriblemente consentida. Yo no lo permitiría nunca, si Ana fuera mi hija... Es siempre el comienzo y el final de sus peroratas: «Si Ana fuera mi hija...» ¡Afortunadamente, no lo soy! Volviendo a este tema de la educación, un incómodo silencio siguió a las últimas palabras de la señora Van Daan. Luego, papá repuso: -Yo considero que Ana está muy bien educada. Hasta ha aprendido a no contestar a sus largos sermones. En cuanto a las verduras, observe su propio plato. La señora estaba derrotada, ¡y cómo!, papá aludía a la porción mínima de verduras que ella misma se servía. Se cree, sin embargo, con el derecho de cuidarse un poco, porque sufre del estómago; se sentiría molesta si comiera demasiada verdura antes de acostarse. De cualquier modo, que me deje en paz y cierre la boca, así no tendrá que inventar excusas estúpidas. Es gracioso verla enrojecer por cualquier pretexto. Como a mi nunca me ocurre, ella se molesta bastante.

Tuya,
ANA

Miércoles 2 de septiembre de 1942


Querida Kitty:
El señor y la señora Van Daan han tenido una pelea terrible. Nunca había oído cosas semejantes, porque papá y mamá no pensarían jamás en gritarse así. La causa: una verdadera insignificancia, por la que no valía la pena reñir. En fin, cada cual tiene sus gustos. Naturalmente, para Peter, la cosa es muy desagradable, pues debe tomar partido por uno u otro. Pero, como es tan susceptible y perezoso, nadie lo toma en serio. Ayer estaba insoportable porque tenía la lengua azul en vez de roja; desde luego, esta singularidad desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Hoy sufre de tortícolis y se pasea con una bufanda anudada al cuello; el «caballero» se queja también de lumbago. También suele experimentar dolores en el corazón, los riñones y los pulmones. Es un verdadero hipocondríaco (es ésa la palabra, ¿verdad?). Entre mamá y la señora Van Daan hay bastantes desinteligencias; existen, desde luego, razones para ello. Te daré un ejemplo: la señora Van Daan ha retirado del armario donde se encuentra nuestra ropa en común todas sus sábanas, que eran tres. Ella juzga natural que la ropa de mamá sirva para todo el mundo. Se va a sentir muy decepcionada cuando compruebe que mamá ha seguido su ejemplo. Además se siente muy molesta porque nos servimos de su juego de mesa y no del nuestro para uso común. Trata por todos los medios de saber qué hemos hecho de nuestros platos de porcelana, los cuales están mucho más cerca de lo que ella supone: en el desván, alineados en cajas de cartón, detrás de cartapacios. Los platos son inhallables, permanecerán allí tanto tiempo como nosotros. ¡Siempre tengo mala suerte! Ayer dejé caer un plato sopero perteneciente a la señora; se hizo trizas. -¡Oh! -exclamó ella, furiosa-. ¿Es que no puedes tener más cuidado? Es todo lo que me queda. A pesar de todo, el señor Van Daan me prodiga pequeñas amabilidades. Esta mañana mamá ha vuelto a abrumarme con sus sermones; no puedo soportarlos. Nuestras opiniones son demasiado opuestas. Papá me comprende, aunque a veces llegue a enfadarse conmigo durante cinco minutos. La semana pasada, nuestra vida monótona fue interrumpida por un pequeño incidente: se trataba de Peter y de un libro sobre las mujeres. Margot y Peter tienen permiso para leer casi todos los libros que el señor Koophuis saca de la biblioteca pública para nosotros. Pero se juzgaba que un libro sobre un tema tan especial tenía que quedar en manos de las personas mayores. Ello bastó para despertar la curiosidad de Peter: ¿qué podía haber de prohibido en aquel libro? A hurtadillas, se lo sustrajo a su madre, mientras ella charlaba con nosotros abajo, y escapó al desván con)18( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. su botín. Todo anduvo bien durante varios días. La señora Van Daan había observado los manejos de su hijo, pero no se lo dijo a su marido; hasta que éste lo olfateó por si solo. ¡Cómo se encolerizó! Al recuperar el libro, creyó la cuestión terminada. Mas no contaba con la curiosidad de Peter que no se dejó intimidar en absoluto por la firmeza del padre. Peter trató por todos los medios de leer hasta el fin aquel volumen. Entretanto, la señora Van Daan había venido a pedirle su opinión a mamá. Mamá juzgaba que, en efecto, aquel libro no era adecuado para Margot, aun cuando aprobaba que leyera la mayoría de los otros. -Hay una gran diferencia, señora Van Daan -dijo mamá-, entre Margot y Peter. Ante todo, Margot es una muchacha, y las muchachas están siempre más adelantadas que los muchachos. Además, Margot ya ha leído muchos libros serios y no abusa de lecturas prohibidas, y, por último, Margot es más madura e inteligente, lo que se demuestra por el hecho de que ya casi termina la escuela. La señora Van Daan se mostró de acuerdo con mamá aunque seguía considerando erróneo permitir a los jóvenes leer libros escritos para adultos. Lo cierto es que Peter seguía buscando un momento propicio para apoderarse del libraco, cuando nadie lo observaba. La otra tarde, a las siete y media, cuando todo el mundo escuchaba la radio en la oficina privada, él se llevó su tesoro al desván. Debió bajar de allí a las ocho y media, pero el libro era tan palpitante que no prestó atención a la hora, y apareció en el momento en que su padre regresaba a su habitación. ¿Adivinas la segunda parte? Una bofetadas, un golpe, y el libro cayó sobre la mesa, y Peter al suelo. Esas eran las circunstancias en el momento de cenar. Peter se quedaba donde estaba, nadie se preocupaba de él, había sido castigado. La comida prosiguió, todo el mundo estaba de buen humor, se charlaba, se reía. De pronto un silbido agudo nos hizo palidecer. Todos dejaron cuchillos y tenedores y se miraron con espanto. Y, enseguida, se oyó la voz de Peter gritando por el caño de la estufa: -Si ustedes creen que voy a bajar, se equivocan. El señor Van Daan tuvo un sobresalto, tiró su servilleta y, con el rostro ardiendo, rugió: - ¡Basta! ¿Me oyes? Temiendo lo peor, papá lo tomó del brazo y lo siguió al desván. Nuevos golpes, una disputa, Peter volvió a su cuarto, hubo un portazo, y los hombres regresaron a la mesa. La señora Van Daan hubiera querido guardar un pan con mantequilla para su querido vástago, pero su marido se mostró inflexible. -Si no se disculpa inmediatamente, pasará la noche en el desván. Hubo protestas de parte de todo el resto, pues considerábamos que privarle de cenar era ya suficiente castigo. Y si Peter se resfriaba, ¿adónde irían a buscar un médico? Peter no se disculpó y volvió al desván. El señor Van Daan resolvió no ocuparse más del asunto; sin embargo, a la mañana siguiente pude comprobar que Peter había dormido en su cama. Lo que no impidió que, a las siete, volviera a subir al desván. Fueron menester las persuasiones amistosas de papá para hacerlo bajar. Durante tres días, miradas de enojo, silencio obstinado; luego todo volvió a la normalidad.

Tuya,

Miércoles 8 de julio de 1942

Querida Kitty:
 Parece que hubieran pasado años entre el domingo a la mañana y hoy. ¡Cuántos acontecimientos! Como si el mundo entero se hubiera trastornado de repente. Sin embargo, ya vez, Kitty, todavía vivo, y, como dice papá, es lo principal. Sí, en efecto, vivo todavía, pero no me preguntes dónde ni cómo. Tú no comprendes nada de nada hoy ¿verdad? Por eso me es necesario, primero, contarte lo sucedido a partir del domingo a la tarde. A las tres (Harry acababa de irse para volver más tarde) llamaron a nuestra puerta. Yo no lo oí, porque estaba leyendo en la terraza, perezosamente reclinada al sol en una silla de lona. De pronto, Margot apareció por la puerta de la cocina, visiblemente turbada. -Papá ha recibido una citación de la SS -cuchicheó-. Mamá acaba de salir para ir a buscar al señor Van Daan. (Van Daan es un colega de papá y amigo nuestro). Yo estaba aterrada: todo el mundo sabe qué significa una citación; imaginó inmediatamente los campos de concentración, las celdas solitarias. ¿Íbamos a dejar que llevaran allí a papá? -Naturalmente, no se presentará -dijo Margot, mientras que ambas esperábamos en el salón el regreso de mamá. -Mamá ha ido a casa de los Van Daan para saber si podemos habitar, desde mañana, nuestro escondite. Los Van Daan se ocultarán allí con nosotros. Seremos siete. Cayó el silencio. Ya no podíamos pronunciar una palabra más, pensando en papá, que no sospechaba nada. Había ido a visitar a unos ancianos al hospicio judío. La espera, la tensión, el calor, todo eso nos hizo callar. De repente, llamaron. -Es Harry -dije yo. -No abras -dijo Margot, reteniéndome. Pero no era necesario. Oímos a mamá y al señor Van Daan que hablaban con Harry antes de entrar y que luego cerraban la puerta detrás de ellos. Cada vez que sonaba el timbre, Margot o yo bajábamos muy sigilosamente, para ver si era papá. Nadie más debía ser recibido. Van Daan quería hablar a solas con mamá, de modo que Margot y yo dejamos la habitación. En nuestro dormitorio, Margot me confesó que la citación no era para papá, sino para ella misma. Asustada de nuevo, empecé a llorar. Margot tiene dieciséis años. ¡Quieren, pues, separar de sus familias y llevarse a muchachas de su edad! Afortunadamente, como mamá ha dicho, no irá. Papá, al hablarme de la clandestinidad, sin duda hacía alusión a esta eventualidad. Ocultarse... ¿Adónde iríamos a ocultarnos? ¿En la ciudad, en el campo, en una casa, en una choza, cuándo, cómo, dónde?... Yo no podía formular estas preguntas que se me iban acudiendo una tras otra. Margot y yo nos pusimos a guardar lo estrictamente necesario en los bolsones del colegio. Empecé por meter este cuaderno, enseguida mis rizadores, mis pañuelos, mis libros de clase, mis peines, viejas cartas. Estaba obsesionada por la idea de nuestro escondite, y puse las cosas más inconcebibles. No lo lamento, porque me interesan más los recuerdos que los vestidos. Por fin, a las cinco, papá regresó. Telefoneamos al señor Koophuis para preguntarle si podía venir a casa esa misma noche. Van Daan partió en busca de Miep. (Miep está empleada en las oficinas de papá desde 1933, y es nuestra gran amiga, lo mismo que Henk, su flamante esposo). Miep vino para llevarse su cartera llena de zapatos, de vestidos, de abrigos, de medias, de ropa interior, prometiendo volver a la noche. Luego se hizo la calma en nuestra vivienda. Ninguno de los cuatro tenía ganas de comer, hacía calor y todo parecía extraño. Nuestra gran sala del primer piso había sido subalquilada a un tal señor Goudsmit, hombre divorciado, que pasaba de los treinta, y que al parecer no tenía nada que hacer esa noche, porque no logramos librarnos de él)12( EL DIARIO DE ANA FRANK © Pehuén Editores, 2001. antes de las diez; todos los intentos disimulados para hacerle marchar antes habían resultado vanos. Miep y Henk van Santen llegaron a las once, para volver a irse a medianoche con medias, zapatos, libros y ropa interior, metidos en la cartera de Miep y en los bolsillos profundos de Henk. Yo estaba extenuada, y, aun dándome cuenta de que era la última noche que iba a pasar en mi cama, me dormí de inmediato. A la mañana siguiente, a las cinco y media, mamá me despertó. Por suerte, hacía menos calor que el domingo, gracias a una lluvia tibia que iba a persistir todo el día. Cada uno de nosotros se había vestido como para vivir en el refrigerador, con el fin de llevarse todas las ropas posibles. Ningún judío, en estas circunstancias, hubiera podido salir de su casa con una valija llena. Yo llevaba puestos dos camisas, tres calzones, un vestido, encima una falda, una chaqueta, un abrigo de verano, dos pares de medias, zapatos acordonados, una boina, una bufanda y otras cosas más. Me ahogaba antes de partir, pero nadie se preocupaba por eso. Margot, con su cartera llena de libros de clase, había sacado su bicicleta para seguir a Miep hacia un destino desconocido, al menos, en lo que a mí se refiere. Como vez, yo seguía sin saber dónde quedaba el lugar misterioso en que nos refugiaríamos. A las siete y media, cerramos la puerta de nuestra casa. El único ser viviente al que pude decir adiós fue mi gato, que iba a encontrar un buen hogar en casa de vecinos, según nuestras últimas instrucciones en una breve carta al señor Goudsmit. Dejamos en la cocina algo de carne para el gato y la vajilla del desayuno; las camas quedaron deshechas, todo daba la impresión de una partida precipitada. Pero, ¿Qué nos importaban las impresiones? Teníamos que irnos a todo trance, salir de allí, partir hacia un lugar seguro. Lo demás no contaba ya para nosotros. La continuación, mañana.

Tuya, ANA

Miércoles 1 de julio de 1942

Querida Kitty:
Hasta hoy te aseguro que no he tenido tiempo para volver a escribirte. El jueves estuve toda la tarde en casa de unos amigos, el viernes tuvimos visitas y así sucesivamente hasta hoy. Helio y yo nos hemos conocido más a fondo esta semana. Me ha contado muchas cosas de su vida. Es oriundo de Gelsenkirchen y vive en Holanda en casa de sus abuelos. Sus padres están en Bélgica, pero no tiene posibilidades de viajar allí para reunirse con ellos. Helio tenía una novia, Ursula. La conozco, es la dulzura y el aburrimiento personificado. Desde que me conoció a mí, Helio se ha dado cuenta de que al lado de Ursula se duerme. O sea, que soy una especie de antisomnífero. ¡Una nunca sabe para lo que puede llegar a servir! El sábado por la noche, Jacque se quedó a dormir conmigo, pero por la tarde se fue a casa de Hanneli y me aburrí como una ostra. Helio había quedado en pasar por la noche, pero a eso de las seis me llamó por teléfono. Descolgué el auricular y me dijo:
-Habla Helmuth Silberberg. ¿Me podría poner con Ana? 
-Sí, Helio, soy Ana. 
-Hola, Ana. ¿Cómo estás? 
-Bien, gracias. 
-Siento tener que decirte que esta noche no podré pasarme por tu casa, pero quisiera hablarte un momento. ¿Te parece bien que vaya dentro de diez minutos? 
-Sí, está bien. ¡Hasta ahora! 
-¡Hasta ahora! Colgué el auricular y corrí a cambiarme de ropa y a arreglarme el pelo. Luego me asomé, nerviosa, por la ventana. Por fin lo vi llegar. Por milagro no me lancé escaleras abajo, sino que esperé hasta que sonó el timbre. Bajé a abrirle y él fue directamente al grano: 
-Mira, Ana, mi abuela dice que eres demasiado joven para que esté saliendo contigo. Dice que tengo que ir a casa de los Löwenbach, aunque quizá sepas que ya no salgo con Ursula. 
-No, no lo sabía. ¿Acaso habéis reñido? 
-No, al contrario. 
Le he dicho a Ursula que de todos modos no nos entendíamos bien y que era mejor que dejáramos de salir juntos, pero que en casa siempre sería bien recibida, y que yo esperaba serlo también en la suya. Es que yo pensé que ella se estaba viendo con otro chico, y la traté como si así fuera. Pero resultó que no era cierto, y ahora mi tío me ha dicho que le tengo que pedir disculpas, pero yo naturalmente no quería, y por eso he roto con ella, pero ése es sólo uno de muchos motivos. Ahora mi abuela quiere que vaya a ver a Ursula y no a ti, pero yo no opino como ella y no tengo intención de hacerlo. La gente mayor tiene a veces ideas muy anticuadas, pero creo que no pueden imponérnoslas a nosotros. Es cierto que necesito a mis abuelos, pero ellos en cierto modo también me necesitan. Ahora resulta que los miércoles por la noche tengo libre porque se supone que voy a clase de talla de madera, pero en realidad voy a una de esas reuniones del partido sionista. Mis abuelos no quieren que vaya porque se oponen rotundamente al sionismo. Yo no es que sea fanático, pero me interesa, aunque últimamente están armando tal jaleo que había pensado no ir más. El próximo miércoles será la última vez que vaya. Entonces podremos vernos los miércoles por la noche, los sábados por la tarde y por la noche, los domingos por la tarde, y quizá también otros días. -Pero si tus abuelos no quieren, no deberías hacerlo a sus espaldas. -El amor no se puede forzar. En ese momento pasamos por delante de la librería Blankevoort, donde estaban Peter Schiff y otros dos chicos. Era la primera vez que me saludaba en mucho tiempo, y me produjo una gran alegría. El lunes, al final de la tarde, vino Helio a casa a conocer a papá y mamá. Yo había comprado una tarta y dulces, y además había té y galletas, pero ni a Helio ni a mí nos apetecía estar sentados en una silla uno al lado del otro, así que salimos a dar una vuelta, y no regresamos hasta las ocho y diez. Papá se enfadó mucho, dijo que no podía ser que llegara a casa tan tarde. Tuve que prometerle que en adelante estaría en casa a las ocho menos diez a más tardar. Helio me ha invitado a ir a su casa el sábado que viene. Wilma me ha contado que un día que Helio fue a su casa le preguntó: -¿Quién te gusta más, Ursula o Ana? Y entonces él le dijo: -No es asunto tuyo. Pero cuando se fue, después de no haber cambiado palabra con Wilma en toda la noche, le dijo: -¡Pues Ana! Y ahora me voy. ¡No se lo digas a nadie! Y se marchó. Todo indica que Helio está enamorado de mí, y a mí, para variar, no me desagrada. Margot diría que Helio es un buen tipo, y yo opino igual que ella, y aún más. También mamá está todo el día alabándolo. Que es un muchacho apuesto, que es muy corté,' simpático. Me alegro de que en casa a todos les caiga tan bien, menos a mis amigas, a las que él encuentra muy niñas, y en eso tiene razón. Jacque siempre me está tomando el pelo por lo de Hello. Yo no es que esté enamorada, nada de eso. ¿Es que no puedo tener amigos? Con eso no hago mal a nadie. Mamá sigue preguntándome con quién querría casarme, pero creo que ni se imagina que es con Peter, porque yo lo desmiento una y otra vez sin pestañear. Quiero a Peter como nunca he querido a nadie, y siempre trato de convencerme de que sólo vive persiguiendo a todas las chicas para esconder sus sentimientos. Quizá él ahora también crea que Hello y yo estamos enamorados, pero eso no es cierto. No es más que un amigo o, como dice mamá, un galán.

Tu Ana

Miércoles 24 de junio de 1942

Querida Kitty:
¡Qué bochorno! Nos estamos asando, y con el calor que hace tengo que ir andando a todas partes. Hasta ahora no me había dado cuenta de lo cómodo que puede resultar un tranvía, sobre todo los que son abiertos, pero ese privilegio ya no lo tenemos los judíos: a nosotros nos toca ir en el «coche de San Fernando». Ayer a mediodía tenía hora con el dentista en la Jan Luykenstraat, que desde el colegio es un buen trecho. Lógico que luego por la tarde en el colegio casi me durmiera. Menos mal que la gente te ofrece algo de beber sin tener que pedirlo. La ayudante del dentista es verdaderamente muy amable. El único medio de transporte que nos está permitido coger es el transbordador. El barquero del canal Jozef Israëlskade nos cruzó nada más pedírselo. De verdad, los holandeses no tienen la culpa de que los judíos padezcamos tantas desgracias. Ojalá no tuviera que ir al colegio. En las vacaciones de Semana Santa me robaron la bici, y la de mamá, papá la ha dejado en casa de unos amigos cristianos. Pero por suerte ya se acercan las vacaciones: una semana más y ya todo habrá quedado atrás. Ayer por la mañana me ocurrió algo muy cómico. Cuando pasaba por el garaje de las bicicletas, oí que alguien me llamaba. Me volví y vi detrás de mí a un chico muy simpático que conocí anteanoche en casa de Wilma, y que es un primo segundo suyo. Wilma es una chica que al principio me caía muy bien, pero que se pasa el día hablando nada más que de chicos, y eso termina por aburrirte. El chico se me acercó algo tímido y me dijo que se llamaba Helio Silberberg. Yo estaba un tanto sorprendida y no sabía muy bien lo que pretendía, pero no tardó en decírmelo: buscaba mi compañía y quería acompañarme al colegio. «Ya que vamos en la misma dirección, podemos ir juntos», le contesté, y juntos salimos. Helio ya tiene dieciséis años y me cuenta cosas muy entretenidas. Hoy por la mañana me estaba esperando otra vez, y supongo que en adelante lo seguirá haciendo.

Tu Ana

Domingo 21 de junio de 1942

Querida Kitty:
Toda la clase tiembla. El motivo, claro, es la reunión de profesores que se avecina. Media clase se pasa el día apostando a que si aprueban o no el curso. G. Z. y yo nos morimos de risa por culpa de nuestros compañeros de atrás, C. N. y Jacques Kocernoot, que ya han puesto en juego todo el capital que tenían para las vacaciones. «¡Que tú apruebas!», «¡que no!», «¡que sí!», y así todo el santo día, pero ni las miradas suplicantes de G. pidiendo silencio, ni las broncas que yo les suelto, logran que aquellos dos se calmen. Calculo que la cuarta parte de mis compañeros de clase deberán repetir curso, por lo zoquetes que son, pero como los profesores son gente muy caprichosa, quién sabe si ahora, a modo de excepción, no les da por repartir buenas notas. En cuanto a mis amigas y a mí misma no me hago problemas, creo que todo saldrá bien. Sólo las matemáticas me preocupan un poco. En fin, habrá que esperar. Mientras tanto, nos damos ánimos mutuamente. Con todos mis profesores y profesoras me entiendo bastante bien. Son nueve en total: siete hombres y dos mujeres. El profesor Keesing, el viejo de matemáticas, estuvo un tiempo muy enfadado conmigo porque hablaba demasiado. Me previno y me previno, hasta que un día me castigó. Me mandó hacer una redacción; tema: «La parlanchina». ¡La parlanchina! ¿Qué se podría escribir sobre ese tema? Ya lo vería más adelante. Lo apunté en mi agenda, guardé la agenda en la cartera y traté de tranquilizarme. Por la noche, cuando ya había acabado con todas las demás tareas, descubrí que todavía me quedaba la redacción. Con la pluma en la boca, me puse a pensar en lo que podía escribir. Era muy fácil ponerse a desvariar y escribir lo más espaciado posible, pero dar una prueba convincente de la necesidad de hablar ya resultaba más difícil. Estuve pensando y repensando, luego se me ocurrió una cosa, llené las tres hojas que me había dicho el profe y me quedé satisfecha. Los argumentos que había aducido eran que hablar era propio de las mujeres, que intentaría moderarme un poco, pero que lo más probable era que la costumbre de hablar no se me quitara nunca, ya que mi madre hablaba tanto cómo yo, si no más, y que los rasgos hereditarios eran muy difíciles de cambiar. Al profesor Keesing le hicieron mucha gracia mis argumentos, pero cuando en la clase siguiente seguí hablando, tuve que hacer una segunda redacción esta vez sobre «La parlanchina empedernida». También entregué esa redacción, y Keesing no tuvo motivo de queja durante dos clases. En la tercera, sin embargo, le pareció que había vuelto a pasarme de la raya. «Ana Frank, castigada por hablar en clase. Redacción sobre el tema: "Cuacuá, cuacuá, parpaba la pata".» Todos mis compañeros soltaron la carcajada. No tuve más remedio que reírme con ellos, aunque ya se me había agotado la inventiva en lo referente a las redacciones sobre el parloteo. Tendría que ver si le encontraba un giro original al asunto. Mi amiga Sanne, poetisa excelsa, me ofreció su ayuda para hacer la redacción en verso de principio a fin, con lo que me dio una gran alegría. Keesing quería ponerme en evidencia mandándome hacer una redacción sobre un tema tan ridículo, pero con mi poema yo le pondría en evidencia a él por partida triple. Logramos terminar el poema y quedó muy bonito. Trataba de una pata y un cisne que tenían tres patitos. Como los patitos eran tan parlanchines, el papá cisne los mató a picotazos. Keesing por suerte entendió y soportó la broma; leyó y comentó el poema en clase y hasta en otros cursos. A partir de entonces no se opuso a que hablara en clase y nunca más me castigó; al contrario, ahora es él el que siempre está gastando bromas. 

Tu Ana 

Sábado 20 de junio de 1942

¡Querida Kitty!
Empiezo ya mismo. En casa está todo tranquilo. Papá y mamá han salido y Margot ha ido a jugar al ping-pong con unos chicos en casa de su amiga Trees. Yo también juego mucho al pingpong últimamente, tanto que incluso hemos fundado un club con otras cuatro chicas, llamado «La Osa Menor menos dos». Un nombre algo curioso, que se basa en una equivocación. Buscábamos un nombre original, y como las socias somos cinco pensamos en las estrellas, en la Osa Menor. Creíamos que estaba formada por cinco estrellas, pero nos equivocamos: tiene siete, al igual que la Osa Mayor. De ahí lo de «menos dos». En casa de use Wagner tienen un juego de ping-pong, y la gran mesa del comedor de los Wagner está siempre a nuestra disposición. Como a las cinco jugadoras de ping-pong nos gusta mucho el helado, sobre todo en verano, y jugando al ping-pong nos acaloramos mucho, nuestras partidas suelen terminar en una visita a alguna de las heladerías más próximas abiertas a los judíos, como Oase o Delphi. No nos molestamos en llevar nuestros monederos, porque Oase está generalmente tan concurrido que entre los presentes siempre hay algún señor dadivoso perteneciente a nuestro amplio círculo de amistades, o algún admirador, que nos ofrece más helado del que podríamos tomar en toda una semana. Supongo que te extrañará un poco que a mi edad te esté hablando de admiradores. Lamentablemente, aunque en algunos casos no tanto, en nuestro colegio parece ser un mal ineludible. Tan pronto como un chico me pregunta si me puede acompañar a casa en bicicleta y entablamos una conversación, nueve de cada diez veces puedes estar segura de que el muchacho en cuestión tiene la maldita costumbre de apasionarse y no quitarme los ojos de encima. Después de algún tiempo, el enamoramiento se les va pasando, sobre todo porque yo no hago mucho caso de sus miradas fogosas y sigo pedaleando alegremente. Cuando a veces la cosa se pasa de castaño oscuro, sacudo un poco la bici, se me cae la cartera, el joven se siente obligado a detenerse para recogerla, y cuando me la entrega yo ya he cambiado completamente de tema. Éstos no son sino los más inofensivos; también los hay que te tiran besos o que intentan cogerte del brazo, pero conmigo lo tienen difícil: freno y me niego a seguir aceptando su compañía, o me hago la ofendida y les digo sin rodeos que se vayan a su casa. Basta por hoy. Ya hemos sentado las bases de nuestra amistad. ¡Hasta mañana!

Tu Ana